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martes, 4 de febrero de 2014

SOBRE LA PURIFICACIÓN ESPIRITUAL Y LA FELICIDAD (1ª parte)



(Del libro “De qué habla el Corán” de Mansur Mota)

La purificación del alma o ego humano (nafs)

Otro de los grandes fines que el Corán busca realizar en el ser humano es la purificación de su alma. Esta esencia establecida en el ser humano y dispuesta por Dios, es denominada en árabe como (nafs), aunque, según el contexto, suele traducirse por: alma, ego, psique, u otros términos similares.
        El ego humano, por concepción natural (fitrah), no es malo ni es bueno en sí mismo, sino que, simplemente, vive en un continuo tira y afloja entre dos cosas: cumplir con aquello que es de la complacencia de su amado, su Señor – y, que como hemos dicho, redunda en su propio beneficio – o en dejarse llevar por su pasión.
        Las obras que lleva a cabo la persona cuando se deja aconsejar falsamente por su pasión, suelen ir engalanadas con el traje del disfrute y el placer de lo sensible, es decir, aquello que produce goce en el ser humano a través de los sentidos. Sin embargo, del mismo modo en que este placer es dulce e instantáneo, es igualmente fatuo y fugaz. Por ello, nuestra alma siempre nos pide más, pues es insaciable de lo sensible y, si no se la educa, acaba enganchándose a esos placeres para sentir, así, ese goce continuo de lo sensorial.
        Por desgracia, mucha gente piensa que es feliz cuando se encuentra sumido en un estado perpetuo del placer de lo sensible, de lo sensorial, de los sentidos. Sin embargo, la experiencia misma nos enseña, que una cosa es el placer y, otra bien distinta, la felicidad. Esa felicidad únicamente puede conseguirla el ser humano si busca en su interior y no en su exterior. Si queremos saborear en nuestra vida algún tipo de felicidad, debemos ahondar en lo más profundo de nuestro fuero interno, pues la auténtica felicidad no depende de agentes externos, sino de internos. Aquel que se engañe a sí mismo o se deje engañar pensando que obtendrá “la felicidad” sosteniéndose sobre agentes externos – más aún si se trata de lo sensorial –, que sepa, que aquello a lo que él llamará felicidad, no será más que erráticas sensaciones de un placer que, nada más empezarlo a sentir, se le estará escapando de las manos.  
       
        Nunca debemos olvidar que la felicidad es un estado (hâl) y no una estación espiritual (maqâm) que exista o a la cuál debamos aspirar; otro asunto bien diferente, es que sintamos felicidad y bienestar cuando alcanzamos y experimentamos un determinado estadio espiritual. No obstante, una de los cometidos más hermosos que puede plantearse la persona en esta vida, es la de ser feliz y hacer felices a los demás.

        Estos placeres sensibles de los que hablamos son fruto de nuestra condición animal; sin embargo, no por ello son malos. Lo único que hace el Islam es enseñarnos a guiarlos y encauzarlos para que no se conviertan en el fin de nuestras vidas, es decir, no dejar que estos placeres se entronen en nuestro corazón y, consecuentemente, devengamos esclavos de lo placentero. Y decimos placentero y no sensible, pues aquello que causa placer en el ser humano no procede únicamente de los sentidos o lo sensible, sino también del espíritu.

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