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domingo, 30 de noviembre de 2014

¿UN ISLAM COMERCIAL O UN ISLAM ESENCIAL?
(parte I)

Al·lâh ha creado al ser humano débil y, consecuentemente, dominado en muchas ocasiones por el designio de sus instintos; por ello, al ser humano le resulta muy dificultoso escapar de las redes de su pasión.
Al·lâh le ha creado y dispuesto en este mundo para que le sirva. Sin embargo, como Al·lâh sabía que el hecho de encargar a sus criaturas la tarea de servirle iba resultarles algo fatigoso y costoso, estableció una serie de recompensas en la puesta en práctica de su din; así, la persona tendría siempre un estímulo para trabajar y obrar, a pesar de saber y conocer que él, como criatura de Al·lâh, ha sido creado para servir a su Señor sin pretender recibir ninguna retribución a cambio. Así nos lo informó el profeta Mujámmad – la paz sea con él – cuando dijo: “El derecho de Al·lâh sobre sus criaturas, es que le sirvan y no le asocien nada”. (Transmitido por Albujârî, Muslim y otros eruditos del jadiz).
En base a esto, encontramos una gran cantidad de textos que nos hablan de las recompensas que todo musulmán puede obtener cuando realiza una o tal obra.
Muchísimos han sido los discursos y los sermones de imames que han estado basados en este principio: el de actuar y hacer el bien en busca de la recompensa que Al·lâh ha prometido a sus siervos. La recompensa es conocida en el Islam como (aÿr). Estos imames y ulemas sabían que, debido a la débil condición del ser humano, éste sólo puede ser estimulado – en muchos momentos de su vida – a base de ese intercambio “mercantil”.
Sin embargo, pocos imames – sobre todo aquellos que han recibido una formación y una educación espiritual correcta y profunda – han sido quienes se han percatado que tales discursos han creado en el subconsciente de muchos musulmanes una actitud “materialista” o “mercantilista” para con Al·lâh a la hora de practicar el din del Islam y, consecuentemente, el verdadero sentido del concepto de servidumbre (‘ubûdiyah) ha sido corrompido.
Esta actitud, espiritualmente hablando, es mediocre y lastimosa; una actitud que, en la mayoría de las ocasiones, viene movida por un interés “calculador” que únicamente actúa buscando esos “bienes” gananciales ultraterrenos.
Estos discursos han causado estragos en lo más profundo del ser musulmán e, igualmente, han generado una evidente y palpable carencia en la dimensión espiritual; dimensión, además y sin lugar a dudas, fundamental en nuestro din del Islam. Estos discursos de los que hablamos han alejado al musulmán de la esencia y la sapiencia que encierra cada una de las acciones que éste practica de su din. Los musulmanes, por desgracia, sufrimos un desconocimiento profundo y una ignorancia remarcable sobre los fines últimos que existen en cada una de las enseñanzas y los preceptos que han sido legislados por Al·lâh en el din.  
Meditemos en lo siguiente. ¿Cuántos musulmanes, cuando son preguntados por la causa por la que realizan una acción que suelan repetir con frecuencia o llevar a cabo muy a menudo, suelen contestar: “es que en esa acción hay mucha recompensa (aÿr)” o “es que Al·lâh nos va a recompensar mucho si hacemos esto”.
Pocos son los musulmanes que, a esta pregunta, ofrecen una respuesta basada en un conocimiento correcto y profundo basado en las enseñanzas del din del Islam; la mayoría se limita, únicamente, a responder aquello que se les ha transmitido y enseñado desde muchos púlpitos: la recompensa prometida.
Si ese es nuestro único incentivo para fundamentar nuestra praxis islámica – incentivo que, por otro lado, no podemos ni debemos negar –, nos hundiremos, poco a poco, en un hondo vacío y seguiremos estancados en una posición formalista totalmente ajena a la esencia de lo que el Islam transmite y enseña.
 Limitarse a depositar nuestra esperanza en una mera recompensa – aunque proceda de nuestro propio creador –, genera en nuestro subconsciente una actitud “materialista” y vacía de toda sapiencia (hikmah) que Al·lâh ha dispuesto en cada uno de aquellos actos que debemos practicar como muslimes.
Démonos cuenta que, con esta actitud que nos espolea, por ejemplo, a hacer muchas oraciones voluntarias, no viene generada en la mayoría de las ocasiones por un amor profundo a nuestro Señor, Al·lâh, sino por el hecho de obtener aquella recompensa prometida para quien realice un número determinado de oraciones voluntarias durante el día o la noche.
Medita un momento en las palabras del imam Ibnu Alqayyîm – que Al·lâh le colme de misericordia cuando dijo: “La estación de la (wilâyah) no se obtiene con mucha oración (salâh), mucho ayuno, o mucho ejercicio (riyâđah) espiritual, sino que se obtiene en el momento en que el siervo ama aquello que Al·lâh ama y detesta aquello que Al·lâh detesta” (alÿawâb alkâfî). 
En principio, ello no es algo malo, todo lo contrario. El quid de la cuestión radica en que únicamente nos quedemos estancados ahí, en lo “material”. Si no somos capaces de abandonar por un momento ese ansia “mercantilista” y meditar y reflexionar en la sapiencia y la esencia de los actos que estamos realizando y a los que el Islam nos incita a descubrir a través de la práctica – ya sea a través de nuestra propia experiencia espiritual o a través de las enseñanzas de un verdadero maestro o educador espiritual – no podemos pensar ni creer, a ciencia cierta, que Al·lâh nos vaya a bendecir con su amor y su complacencia por muchas oraciones que hagamos que estén vacías de amor y sin ser conscientes de lo que significa el verdadero concepto de la servidumbre que a nuestro Señor debemos. Lo que Al·lâh nos otorgará – pues así lo ha prometido – es aquella moneda que buscamos, pues, tal y como dijo el profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – “Ciertamente, las obras, dependen por sus intenciones, y cada persona recibirá en base a ellas”. (Transmitido por Albujârî y otros eruditos del jadiz).
Quisiera poner un ejemplo sencillo para que el tema que estoy poniendo sobre el tapete sea comprendido.
Existen muchos textos – tanto del Corán como de la sunna de nuestro amado profeta Mujámmad, la paz sea con él – donde se nos promete cierta recompensa a quien da de comer al hambriento.
Nada, absolutamente nada, nos impide que obremos con la intención de obtener esa recompensa divina. Sin embargo, si nos preguntan por qué alimentamos al hambriento y, únicamente, respondemos que lo hacemos porque Al·lâh nos ha prometido una recompensa, olvidándonos del principio, la enseñanza y la sapiencia que encierra ese acto – que no es otro que el hecho de generar en nosotros la empatía y la misericordia para con los necesitados –, entonces, que Al·lâh nos asista y se apiade de nosotros. 

(Continuará…)

viernes, 7 de noviembre de 2014

¿POR QUÉ NUESTROS IMAMES NO HABLAN CASTELLANO?

El pasado 1 de noviembre de 2014 tuve la ocasión de ser invitado a un seminario sobre “cómo tratar con el nuevo musulmán” para impartir una conferencia sobre “las necesidades del nuevo musulmán”.
En esa conferencia expuse las necesidades que precisa y necesita la persona que accede al Islam.
De entre las cosas que expuse, hablé sobre las carencias que las comunidades islámicas, en general, adolecen respecto al trato que ofrecen al nuevo musulmán, como nuevo creyente en la comunidad, y las atenciones que debería recibir.
Sin embargo, el primer punto sobre el que quise hacer hincapié fue el tema de la lengua o el idioma.  
Intenté exponer, con tacto y respeto, la gran negligencia que existe por parte de los imames en nuestro país sobre el ilógico e infundamentado desinterés de los imames en cuanto a que aprendan el español/castellano.
Expuse, que no era de recibo que alguien que se dice ser cabeza de una comunidad e, incluso, representante del din del Islam, no sepa hablar el idioma del lugar y, así, los imames realmente formados devengan auténticas referencias del Islam para TODOS y no únicamente para una parte de la comunidad musulmana.
Dije lo siguiente (lo expuse en árabe, para que se enterasen todos los allí presentes):
“¿Cómo queremos dar a conocer el Islam, no sólo al nuevo musulmán sino al resto de la sociedad, si aquel que se supone que es el más preparado y mejor conocedor del Islam no domina la herramienta que le haría posible transmitir el Islam de manera directa y segura? ¿Cómo podemos proclamarnos imames o ulemas de la comunidad musulmana española sin saber ni dominar el español/castellano? ¿No nos damos cuenta que somos responsables a los ojos de Al·lâh? De nada nos sirve tener un erudito en las ciencias del Islam si, por motivos de idioma – algo que es lo fundamental en la comunicación más básica – se ve limitado y sólo se queda como referencia de unos musulmanes y no de otros.   

Sinceramente, no llego a comprender por qué los imames no son conscientes de la radical importancia que supone dominar el idioma del lugar, ya que no sólo estamos hablando del nuevo musulmán o de los musulmanes que no son araboparlantes, sino el idioma de las nuevas generaciones de musulmanes de nuestro país; de los jóvenes que, en un futuro no muy lejano, serán los portadores del mensaje del Islam.
Tal vez, desgraciadamente, y como algunos musulmanes me han comentado, muchos imames ya hayan decidido hace tiempo no aprender español, pues, simple y llanamente, no ven la utilidad de hacerlo, ya que la propia comunidad o, más concretamente, los dirigentes de las mezquitas y asociaciones islámicas, tampoco se los exigen.
Realmente, este es un hecho que demuestra la poca o nula visión que tienen la inmensa mayoría de los imames en nuestro país respecto a lo que representa la comunidad musulmana en su totalidad. Pero, desgraciadamente, el factor transcultural tiene un gran peso y una tremenda y negativa repercusión en estos imames.
Algo que, además, indica el poco respeto y amor que pueden tener para con los nuevos musulmanes, los jóvenes musulmanes y el resto de sociedad que espera recibir el mensaje del Islam.
No digo que los imames estén obligados a todo, pues ello es imposible, pero es de suponer, que ellos son la referencia y la fuente de donde los musulmanes pueden y deben tomar el conocimiento auténtico de su din. ¿Por qué, entonces, se empeñan en no aprender el idioma que abriría al Islam – que no a ellos – la posibilidad de ser conocido de manera correcta en todos los niveles y estamentos de la sociedad?
Con este posicionamiento, estos imames quedan como predicadores de aquellos que entienden el árabe, no ya de los árabes; un din para araboparlantes.
¿Cómo es posible – y así se ha dado y sigue dándose – que el imam realice un sermón en árabe cuando en una mezquita el 75 u 80 por ciento de quienes están escuchándole no entienden el árabe, pues son musulmanes de origen pakistaní, subsahariano o de otro lugar del mundo?
¿Qué papel quieren desempeñar realmente estos imames?
Lo que sí es cierto, es que no tienen el fundamento moral como para exigir a otras personas esfuerzo intelectual cuando, ellos, como responsables y cabezas de toda la comunidad de creyentes no son capaces de aprender lo más básico que se le exige a una persona que se dice y es responsable en la transmisión de una revelación divina y que, además, lo es ante Al·lâh.
Por otro lado, los dirigentes de las mezquitas y asociaciones islámicas también tienen una grandísima parte de culpa y responsabilidad, ya que ellos son quienes deberían dar pautas y directrices a los imames y trabajar con ellos conjuntamente, en base a que ellos son personas – en muchísimos casos – que llevan bastantes años viviendo en nuestro país y, se entiende, que tienen un conocimiento del medio correcto y cuáles son las necesidades reales de la comunidad musulmana de cada lugar.
No se puede traer imames sin que éstos reciban una serie de pautas y directrices sobre las necesidades que tienen TODOS los miembros de la comunidad. Si no se hace, ello significa que quienes dirigen las mezquitas adolecen de falta de consciencia de dos puntos principales:
-         La falta de consciencia sobre las necesidades REALES de TODOS los miembros de la comunidad de creyentes musulmanes.
-         O, simplemente – algo más penoso y denunciable – es su pasotismo y su apatía; hecho que, en muchas ocasiones, es realmente palpable e insultante.

Reflexionemos sobre el siguiente punto que a todos nos afecta:
¿Cuántos jóvenes no acuden a las mezquitas y a las asociaciones islámicas al no encontrar quienes les transmitan el mensaje del Islam en la lengua que dominan? ¿Acaso no nos damos cuenta de ello? Luego no podemos quejarnos de la ausencia de jóvenes en las mezquitas, pues, nosotros, somos los culpables de no aportarles el alimento tanto intelectual como espiritual que necesitan para ir formando y conformando su identidad islámica. Pero, lo más triste, es que nuestros jóvenes, por general, no tienen ni una idea correcta y global de lo que el mensaje del Islam transmite ni de lo que significa ser musulmán. ¿Cómo, entonces, queremos exigirles nosotros como tutores, ahora o en un futuro, algo para lo que no han sido preparados y de lo que no han oído escuchar nada nunca?

Le pido a Al·lâh que nos ayude a TODOS a ser conscientes de nuestra realidad y de nuestras carencias y, así, podamos arreglarlas y reformarlas para el bien de todos nosotros y de nuestra comunidad.