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lunes, 15 de diciembre de 2014

LOS PRIMEROS EN EL ISLAM EN ...

He aquí, una serie de datos conocidos en la cultura islámica como: "los primeros". Estos datos recogen aquellas personas o aquellos sucesos relacionados con el Islam acontecidos por primera vez en la historia, la comunidad y la cultura islámica.


El profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – fue o será el primero en:

o   El primero en acceder a todos los cielos.
o   El primero en salir de la tumba el día del Juicio.
o   El primer intercesor y el primero a quien se le concederá la intercesión de Al·lâh.
o   Abrir las puertas del Paraíso.

 El primer hijo del profeta Mujámmad fue: Alqâsim, de su esposa Jadîÿah.

-         La primera batalla en la que participó el profeta Mujámmad: Alabwâ.

-  La primera jutba realizada el día del viernes por el profeta Mujámmad: en la tribu de Banû Sâlim.

-         El primer regalo que se le hizo al Profeta en Medina: una onza de pan que le dio Zaid Ibnu Hârizah.

    La primera aleya descendida del Corán: “Lee en el nombre de tu Señor que ha creado” (Sura: el coágulo).

-         La primera azora en ser revelada por completo: la azora “El arrebujado

LOS COMPAÑEROS
-    
      La primera persona y, primera mujer, en entrar al Islam: Jadîÿah, la esposa del profeta Mujámmad.

-       El primer hombre en entrar al Islam: Abû Bakr Assiddîq.

-       El primer esclavo en entrar al Islam: Zaid Ibnu Hârizah.

-  El primero de los Auxiliadores (ansâr) en entrar al Islam: Ÿâbir Ibnu ‘Abdil·lâh.

- El primero en entrar al Islam tras los Auxiliadores (ansâr) y la gente del Yemen: ‘Abdulqais.

- El primer niño que nació en Medina tras la Hégira: ‘Abdul·lâh Ibnu Azzubair.

-     El primero en recitar el Corán en público: ‘Abdul·lâh Ibnu Mas‘ûd.

-     El primero en memorizar el Corán por completo: ‘Alî Ibnu Abî Tâlib.

-    El primer Emigrado (muhâÿir) que murió en Medina: ‘Uzmân Ibnu Mađ‘ûn.

-    El primer Ramadán que ayunaron los musulmanes: en el año 2 de la Hégira.

-    El primer musulmán en emigrar a Abisinia (Alhabaŝah): Hâtib Ibnu ‘Amr.

-    El primer almuédano del Islam: Bilâl Ibnu Rabâh el abisinio.

-    El primero que instauró la casa de la hacienda de los musulmanes (bait mal almuslimîn): ‘Umar Ibnu Aljattâb.

-     El primer jinete en combatir por la causa de Al·lâh: Almiqdâd Ibnu Alaswad.

- El primero en lanzar una flecha por la causa de Al·lâh: Sa‘d Ibnu Abî Waqqâs.

-  El primer estandarte que se utilizó en una batalla lo portó: Hamzah Ibn ‘Abdilmuttalib.
      
       El primer jalifa en el Islam: Abû Bakr Assidîq.

-    El primer jalifa en ser llamado “Emir de los creyentes”: ‘Umar Ibnu Aljattâb.

-         El primero en recopilar el Corán en un único volumen: Abû Bakr Assidîq.

-         El primero que utilizó el nombre de Al·lâh en el título de jalifa: Almu‘tasim bil·lâh (El aferrado a Al·lâh).

-         La primera batalla naval de los musulmanes: en época de ‘Uzmân en el año 34 de la Hégira.

-   El primero en realizar la jutba del viernes sentado: Mu‘âwiyah Ibnu Abî Sufiyân.

-  El primero que llamó al Corán “el volumen” (mushaf): Abû Bakr Assiddîq.

-      El primero que instauró las dos unidades de la zalá (rak‘atain) antes de saber que se va a morir: Jubaib Ibnu ‘Adiy.

-      El primero que entrará en el Paraíso, de entre los musulmanes, después del profeta Mujámmad: Abû Bakr Assidîq.

-   La primera batalla entre los musulmanes y los bizantinos: la batalla de Mutah.

-   El primero en poner esterillas en la mezquita para la zalá: ‘Umar Ibnu Aljattâb.

-   El primero en instaurar en Medina el registro civil (dîwân): ‘Umar Ibnu Aljattâb.

-        El primero en instaurar en Basora el registro civil (dîwân): Almugîrah Ibnu Ŝu‘bah.

-         El primer Compañero del Profeta en ser enterrado en Kufa (Iraq): Jabâb Ibn Alart.

-         El primero en saludar dando la mano al llegar a Medina: la gente de la tribu Aŝ‘arî y, entre ellos, se encontraba Abû Mûsà Alaŝ‘arî.

-     El primero en quitarse las sandalias al entrar en la Cahaba: Alwalîd Ibnu Almugîrah.

-         El primero en heredar según la legislación islámica: ‘Adî Ibnu Fađâlah.

lunes, 8 de diciembre de 2014

¿UN ISLAM COMERCIAL O UN ISLAM ESENCIAL? PARTE II.

Es pues, aquí, donde debemos realizarnos una pregunta trascendental: “¿Qué es lo que nos mueve a realizar aquello que el Islam nos dicta como musulmanes? ¿Es el amor profundo que sentimos por nuestro Señor y que debería arder en nuestro corazón como un magma que fluye por las venas de nuestro espíritu, o es únicamente el juego “mercantilista” y “material” del: yo doy esto pues sé que me van a dar a cambio otra cosa? 
Todos y cada uno de nuestros actos deben estar basados en una ética y una espiritualidad. Sin embargo, no podemos ignorar que la espiritualidad es más importante que la ética, pues antes que la razón está el corazón y, consecuentemente, el amor que en éste debe existir por Al·lâh. Ello no significa que nuestras obras no vayan acompañadas de buenas razones, pero, la base trascendente es la espiritual y no la racional. De lo contrario, si a la hora de medir las cosas anteponemos un baremo calculador y racional, el resultado será realmente nocivo. Hoy día, sólo tenemos que echar un vistazo a nuestra comunidad islámica para darnos cuenta que muchos de los problemas que los musulmanes sufrimos a nivel individual o colectivo tienen origen en esta forma de medir y valorar las cosas.

Es aquí donde quisiera hacer un inciso respecto a los nuevos musulmanes y a las personas que se aproximan y acercan al Islam para conocerlo.
Visto lo visto, no es de extrañar que mucha gente que entra en el Islam decida tomar “otro” camino dentro del propio Islam – por muy heterodoxo que pueda llegar a ser – buscando en él lo que las personas – y no el Islam – no le han podido ofrecer y que responda a sus necesidades espirituales más básicas; o, incluso – por desgracia – deja el Islam porque, a fin de cuentas, el “Islam” no le ha otorgado aquello que ansiaba encontrar una vez estando dentro de él.
O, lo que es todavía peor, encontramos a quien abandona el Islam por culpa de aquellos hermanos musulmanes que no dejan de atosigarles a base de designios y normativas “militares” totalmente vacíos de cualquier tipo de pedagogía y espiritualidad islámicas; creyendo esta gente, que están actuando como auténticos predicadores rebosantes de conocimiento y guías iluminados incapaces de cometer algún tipo de error; indicaciones y consejos vacíos de toda Luz, sapiencia y misericordia, tales como: ‘no hagas esto, pues casi todo es haram’, ‘déjate la barba hasta aquí’ (como si fuese un indicador del nivel de la fe la persona), ‘córtate los pantalones por acá’, ‘coloca tu mano dos centímetros por encima de la otra’, ‘no levantes la voz tantos decibelios’, ‘no se te ocurra alzar la mirad ni por un instante, ¿o es que acaso eres un pervertido?’, ‘ten cuidado a quien saludas, no sea que acabéis los dos en las redes de la lujuria y la concupiscencia’, ‘tú fíate de mí que entiendo el árabe, pues sin él, no podrás jamás de los jamases entender ni comprender el Islam’,…
¿Creéis que exagero? Quienes han pasado por esto saben muy bien de lo que estoy hablando.

Pregunta: ¿de quién es la culpa, pues, de que aquellos que han buscado a Al·lâh y han llegado a su din, al final acaben huyendo y alejándose del lugar donde pensaban iban a encontrar la respuesta, el sosiego y la felicidad? ¿Nuestra o suya?
Nuestro escaso – por no decir nulo – conocimiento de los principios más esenciales del Islam, hace que, en muchas ocasiones, nosotros seamos la causa por la que la gente no se acerque al Islam; y cuando alguien colmado de bendición divina accede a conocer el Islam y a interesarse por él, nosotros actuamos como esbirros del demonio – que Al·lâh nos perdone – haciendo que la gente salga espantada y no quiera volver a saber nada del Islam y, menos, de los musulmanes. Y, al final, es nuestro din, el Islam, quien paga el pato – como se suele decir –, cuando el Islam es totalmente inocente de nuestra mísera comprensión del din y de nuestra paupérrima praxis del mismo.
Olvidamos, entre otras cosas, palabras tan simples pero llenas de sapiencia como éstas que dijo el profeta Mujámmad: “Transmitid buenos auspicios y no malos augurios. Haced las cosas fáciles y no las hagáis difíciles”. (Transmitido por Albujârî, Muslim y otros eruditos del jadiz).

Lo que Al·lâh ha preparado en el Paraíso es algo que todo ser humano desea alcanzar, y el más hermoso y ansiado regalo que una persona puede obtener en la otra vida es adquirir – con el permiso de Al·lâh – la inmortalidad disfrutándola en un goce perpetuo. Eso, nadie lo puede negar, pues de lo contrario no sería humano.
Sin embargo, no debemos olvidar que el Paraíso es una creación de Al·lâh y no Al·lâh en sí mismo. Por lo tanto, basar nuestra praxis – basada y que emana de nuestra comprensión del Islam – en una mera relación mercantil vacía de toda espiritualidad que avive nuestro amor a Al·lâh, Señor del universo, es una praxis amorfa, pues no puede configurar ni moldear el espíritu para que, algún día – con el permiso de Al·lâh – lleguemos a amarle y desearle como criaturas suyas que somos y que le debemos absolutamente todo.
Pregunta: ¿Queremos, pues, un Islam de conceptos, de ideas, de consciencia, de actitudes, de esencia y de espiritualidad, o preferimos un Islam de formas, de posiciones, de modos, de movimientos y de apariencias?

Para acabar, quisiera concluir citando un hermosísimo jadiz que nos habla sobre el estado y la gracia que alcanzarán la gente del Paraíso y, que además, tiene relación con lo que, hasta ahora, he estado comentando.
Dice el profeta Mujámmad en un jadiz: ‘Cuando la gente del Paraíso tenga todo cuanto se les ha prometido, Al·lâh se dirigirá a ellos y les dirá: “¿Queréis que os dé algo mejor de lo que ahora tenéis?’. La gente responderá: ‘¿Y qué podemos tener mejor de lo que ahora tenemos?” Entonces, se levantará el velo y la gente podrá contemplar el rostro de su Señor, Al·lâh. Entonces, la gente del Paraíso no tendrá nada mejor con lo que gozar que el hecho de contemplar el rostro de su Señor”.

Pedimos a Al·lâh que nos conceda su misericordia y su venia, y nos ilumine para comprender mejor su mensaje y, que, al llevarlo a la práctica, obtengamos realmente su complacencia. Y, así, tal vez, podamos entrar en el Paraíso con su beneplácito y pueda concedernos la gracia sublime de poder contemplar su rostro. Amén.

domingo, 30 de noviembre de 2014

¿UN ISLAM COMERCIAL O UN ISLAM ESENCIAL?
(parte I)

Al·lâh ha creado al ser humano débil y, consecuentemente, dominado en muchas ocasiones por el designio de sus instintos; por ello, al ser humano le resulta muy dificultoso escapar de las redes de su pasión.
Al·lâh le ha creado y dispuesto en este mundo para que le sirva. Sin embargo, como Al·lâh sabía que el hecho de encargar a sus criaturas la tarea de servirle iba resultarles algo fatigoso y costoso, estableció una serie de recompensas en la puesta en práctica de su din; así, la persona tendría siempre un estímulo para trabajar y obrar, a pesar de saber y conocer que él, como criatura de Al·lâh, ha sido creado para servir a su Señor sin pretender recibir ninguna retribución a cambio. Así nos lo informó el profeta Mujámmad – la paz sea con él – cuando dijo: “El derecho de Al·lâh sobre sus criaturas, es que le sirvan y no le asocien nada”. (Transmitido por Albujârî, Muslim y otros eruditos del jadiz).
En base a esto, encontramos una gran cantidad de textos que nos hablan de las recompensas que todo musulmán puede obtener cuando realiza una o tal obra.
Muchísimos han sido los discursos y los sermones de imames que han estado basados en este principio: el de actuar y hacer el bien en busca de la recompensa que Al·lâh ha prometido a sus siervos. La recompensa es conocida en el Islam como (aÿr). Estos imames y ulemas sabían que, debido a la débil condición del ser humano, éste sólo puede ser estimulado – en muchos momentos de su vida – a base de ese intercambio “mercantil”.
Sin embargo, pocos imames – sobre todo aquellos que han recibido una formación y una educación espiritual correcta y profunda – han sido quienes se han percatado que tales discursos han creado en el subconsciente de muchos musulmanes una actitud “materialista” o “mercantilista” para con Al·lâh a la hora de practicar el din del Islam y, consecuentemente, el verdadero sentido del concepto de servidumbre (‘ubûdiyah) ha sido corrompido.
Esta actitud, espiritualmente hablando, es mediocre y lastimosa; una actitud que, en la mayoría de las ocasiones, viene movida por un interés “calculador” que únicamente actúa buscando esos “bienes” gananciales ultraterrenos.
Estos discursos han causado estragos en lo más profundo del ser musulmán e, igualmente, han generado una evidente y palpable carencia en la dimensión espiritual; dimensión, además y sin lugar a dudas, fundamental en nuestro din del Islam. Estos discursos de los que hablamos han alejado al musulmán de la esencia y la sapiencia que encierra cada una de las acciones que éste practica de su din. Los musulmanes, por desgracia, sufrimos un desconocimiento profundo y una ignorancia remarcable sobre los fines últimos que existen en cada una de las enseñanzas y los preceptos que han sido legislados por Al·lâh en el din.  
Meditemos en lo siguiente. ¿Cuántos musulmanes, cuando son preguntados por la causa por la que realizan una acción que suelan repetir con frecuencia o llevar a cabo muy a menudo, suelen contestar: “es que en esa acción hay mucha recompensa (aÿr)” o “es que Al·lâh nos va a recompensar mucho si hacemos esto”.
Pocos son los musulmanes que, a esta pregunta, ofrecen una respuesta basada en un conocimiento correcto y profundo basado en las enseñanzas del din del Islam; la mayoría se limita, únicamente, a responder aquello que se les ha transmitido y enseñado desde muchos púlpitos: la recompensa prometida.
Si ese es nuestro único incentivo para fundamentar nuestra praxis islámica – incentivo que, por otro lado, no podemos ni debemos negar –, nos hundiremos, poco a poco, en un hondo vacío y seguiremos estancados en una posición formalista totalmente ajena a la esencia de lo que el Islam transmite y enseña.
 Limitarse a depositar nuestra esperanza en una mera recompensa – aunque proceda de nuestro propio creador –, genera en nuestro subconsciente una actitud “materialista” y vacía de toda sapiencia (hikmah) que Al·lâh ha dispuesto en cada uno de aquellos actos que debemos practicar como muslimes.
Démonos cuenta que, con esta actitud que nos espolea, por ejemplo, a hacer muchas oraciones voluntarias, no viene generada en la mayoría de las ocasiones por un amor profundo a nuestro Señor, Al·lâh, sino por el hecho de obtener aquella recompensa prometida para quien realice un número determinado de oraciones voluntarias durante el día o la noche.
Medita un momento en las palabras del imam Ibnu Alqayyîm – que Al·lâh le colme de misericordia cuando dijo: “La estación de la (wilâyah) no se obtiene con mucha oración (salâh), mucho ayuno, o mucho ejercicio (riyâđah) espiritual, sino que se obtiene en el momento en que el siervo ama aquello que Al·lâh ama y detesta aquello que Al·lâh detesta” (alÿawâb alkâfî). 
En principio, ello no es algo malo, todo lo contrario. El quid de la cuestión radica en que únicamente nos quedemos estancados ahí, en lo “material”. Si no somos capaces de abandonar por un momento ese ansia “mercantilista” y meditar y reflexionar en la sapiencia y la esencia de los actos que estamos realizando y a los que el Islam nos incita a descubrir a través de la práctica – ya sea a través de nuestra propia experiencia espiritual o a través de las enseñanzas de un verdadero maestro o educador espiritual – no podemos pensar ni creer, a ciencia cierta, que Al·lâh nos vaya a bendecir con su amor y su complacencia por muchas oraciones que hagamos que estén vacías de amor y sin ser conscientes de lo que significa el verdadero concepto de la servidumbre que a nuestro Señor debemos. Lo que Al·lâh nos otorgará – pues así lo ha prometido – es aquella moneda que buscamos, pues, tal y como dijo el profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – “Ciertamente, las obras, dependen por sus intenciones, y cada persona recibirá en base a ellas”. (Transmitido por Albujârî y otros eruditos del jadiz).
Quisiera poner un ejemplo sencillo para que el tema que estoy poniendo sobre el tapete sea comprendido.
Existen muchos textos – tanto del Corán como de la sunna de nuestro amado profeta Mujámmad, la paz sea con él – donde se nos promete cierta recompensa a quien da de comer al hambriento.
Nada, absolutamente nada, nos impide que obremos con la intención de obtener esa recompensa divina. Sin embargo, si nos preguntan por qué alimentamos al hambriento y, únicamente, respondemos que lo hacemos porque Al·lâh nos ha prometido una recompensa, olvidándonos del principio, la enseñanza y la sapiencia que encierra ese acto – que no es otro que el hecho de generar en nosotros la empatía y la misericordia para con los necesitados –, entonces, que Al·lâh nos asista y se apiade de nosotros. 

(Continuará…)

viernes, 7 de noviembre de 2014

¿POR QUÉ NUESTROS IMAMES NO HABLAN CASTELLANO?

El pasado 1 de noviembre de 2014 tuve la ocasión de ser invitado a un seminario sobre “cómo tratar con el nuevo musulmán” para impartir una conferencia sobre “las necesidades del nuevo musulmán”.
En esa conferencia expuse las necesidades que precisa y necesita la persona que accede al Islam.
De entre las cosas que expuse, hablé sobre las carencias que las comunidades islámicas, en general, adolecen respecto al trato que ofrecen al nuevo musulmán, como nuevo creyente en la comunidad, y las atenciones que debería recibir.
Sin embargo, el primer punto sobre el que quise hacer hincapié fue el tema de la lengua o el idioma.  
Intenté exponer, con tacto y respeto, la gran negligencia que existe por parte de los imames en nuestro país sobre el ilógico e infundamentado desinterés de los imames en cuanto a que aprendan el español/castellano.
Expuse, que no era de recibo que alguien que se dice ser cabeza de una comunidad e, incluso, representante del din del Islam, no sepa hablar el idioma del lugar y, así, los imames realmente formados devengan auténticas referencias del Islam para TODOS y no únicamente para una parte de la comunidad musulmana.
Dije lo siguiente (lo expuse en árabe, para que se enterasen todos los allí presentes):
“¿Cómo queremos dar a conocer el Islam, no sólo al nuevo musulmán sino al resto de la sociedad, si aquel que se supone que es el más preparado y mejor conocedor del Islam no domina la herramienta que le haría posible transmitir el Islam de manera directa y segura? ¿Cómo podemos proclamarnos imames o ulemas de la comunidad musulmana española sin saber ni dominar el español/castellano? ¿No nos damos cuenta que somos responsables a los ojos de Al·lâh? De nada nos sirve tener un erudito en las ciencias del Islam si, por motivos de idioma – algo que es lo fundamental en la comunicación más básica – se ve limitado y sólo se queda como referencia de unos musulmanes y no de otros.   

Sinceramente, no llego a comprender por qué los imames no son conscientes de la radical importancia que supone dominar el idioma del lugar, ya que no sólo estamos hablando del nuevo musulmán o de los musulmanes que no son araboparlantes, sino el idioma de las nuevas generaciones de musulmanes de nuestro país; de los jóvenes que, en un futuro no muy lejano, serán los portadores del mensaje del Islam.
Tal vez, desgraciadamente, y como algunos musulmanes me han comentado, muchos imames ya hayan decidido hace tiempo no aprender español, pues, simple y llanamente, no ven la utilidad de hacerlo, ya que la propia comunidad o, más concretamente, los dirigentes de las mezquitas y asociaciones islámicas, tampoco se los exigen.
Realmente, este es un hecho que demuestra la poca o nula visión que tienen la inmensa mayoría de los imames en nuestro país respecto a lo que representa la comunidad musulmana en su totalidad. Pero, desgraciadamente, el factor transcultural tiene un gran peso y una tremenda y negativa repercusión en estos imames.
Algo que, además, indica el poco respeto y amor que pueden tener para con los nuevos musulmanes, los jóvenes musulmanes y el resto de sociedad que espera recibir el mensaje del Islam.
No digo que los imames estén obligados a todo, pues ello es imposible, pero es de suponer, que ellos son la referencia y la fuente de donde los musulmanes pueden y deben tomar el conocimiento auténtico de su din. ¿Por qué, entonces, se empeñan en no aprender el idioma que abriría al Islam – que no a ellos – la posibilidad de ser conocido de manera correcta en todos los niveles y estamentos de la sociedad?
Con este posicionamiento, estos imames quedan como predicadores de aquellos que entienden el árabe, no ya de los árabes; un din para araboparlantes.
¿Cómo es posible – y así se ha dado y sigue dándose – que el imam realice un sermón en árabe cuando en una mezquita el 75 u 80 por ciento de quienes están escuchándole no entienden el árabe, pues son musulmanes de origen pakistaní, subsahariano o de otro lugar del mundo?
¿Qué papel quieren desempeñar realmente estos imames?
Lo que sí es cierto, es que no tienen el fundamento moral como para exigir a otras personas esfuerzo intelectual cuando, ellos, como responsables y cabezas de toda la comunidad de creyentes no son capaces de aprender lo más básico que se le exige a una persona que se dice y es responsable en la transmisión de una revelación divina y que, además, lo es ante Al·lâh.
Por otro lado, los dirigentes de las mezquitas y asociaciones islámicas también tienen una grandísima parte de culpa y responsabilidad, ya que ellos son quienes deberían dar pautas y directrices a los imames y trabajar con ellos conjuntamente, en base a que ellos son personas – en muchísimos casos – que llevan bastantes años viviendo en nuestro país y, se entiende, que tienen un conocimiento del medio correcto y cuáles son las necesidades reales de la comunidad musulmana de cada lugar.
No se puede traer imames sin que éstos reciban una serie de pautas y directrices sobre las necesidades que tienen TODOS los miembros de la comunidad. Si no se hace, ello significa que quienes dirigen las mezquitas adolecen de falta de consciencia de dos puntos principales:
-         La falta de consciencia sobre las necesidades REALES de TODOS los miembros de la comunidad de creyentes musulmanes.
-         O, simplemente – algo más penoso y denunciable – es su pasotismo y su apatía; hecho que, en muchas ocasiones, es realmente palpable e insultante.

Reflexionemos sobre el siguiente punto que a todos nos afecta:
¿Cuántos jóvenes no acuden a las mezquitas y a las asociaciones islámicas al no encontrar quienes les transmitan el mensaje del Islam en la lengua que dominan? ¿Acaso no nos damos cuenta de ello? Luego no podemos quejarnos de la ausencia de jóvenes en las mezquitas, pues, nosotros, somos los culpables de no aportarles el alimento tanto intelectual como espiritual que necesitan para ir formando y conformando su identidad islámica. Pero, lo más triste, es que nuestros jóvenes, por general, no tienen ni una idea correcta y global de lo que el mensaje del Islam transmite ni de lo que significa ser musulmán. ¿Cómo, entonces, queremos exigirles nosotros como tutores, ahora o en un futuro, algo para lo que no han sido preparados y de lo que no han oído escuchar nada nunca?

Le pido a Al·lâh que nos ayude a TODOS a ser conscientes de nuestra realidad y de nuestras carencias y, así, podamos arreglarlas y reformarlas para el bien de todos nosotros y de nuestra comunidad. 

sábado, 25 de octubre de 2014

UNA RENOVADA ALTERNATIVA

En una ocasión, el cuarto califa del Islam, el imam Alí – que Al·lâh esté complacido con él –, dijo estas sabias palabras: “Ciertamente, nuestros hijos nacen para vivir su época, no la nuestra”. Nosotros, como creyentes, somos herederos de un inmenso legado espiritual, intelectual y humano. A pesar de ello, no podemos vivir ni revivir los tiempos de nuestros antepasados, pues ello, en sí mismo, devendría un suicido anunciado y una locura en toda regla.

Aquellos que nos precedieron, vivieron su época con sus pros y sus contras; sus idas y vaivenes; sus grandezas y sus bajezas; sus aciertos y sus errores,… y, en definitiva, sus vidas. Unos árboles pueden dar frutos durante décadas. Sin embargo, esos frutos son únicos en sí mismos. Nosotros debemos saber cómo tomar la savia de la herencia divina que hemos recibido para ofrecer nuestros mejores frutos. Por lo tanto, debemos vivir nuestra época siendo coherentes y consecuentes con la esencia del mensaje del que somos portadores.

De todo cuanto nos acontece en nuestra vida, tanto en las cosas positivas como en las negativas, debemos aprender y extraer enseñanzas. De lo positivo, debemos tomar lo mejor de lo que nuestros antepasados aportaron; y, de lo negativo, saber qué no debemos hacer y, así, no tropezar dos veces – o más – con la misma piedra.

Nuestra época es singular, como lo fueron las épocas anteriores. Y, hoy, nos vemos abocados a trabajar de forma acuciante y de manera conjunta para materializar unos fines que todos compartimos. Sólo con el diálogo y la buena intención – que es la mitad de todo recorrido – tenemos la oportunidad para derribar de nuestra mente conceptos e ideas erróneas que todos podemos tener sobre nuestro “otro” congénere.  

No negamos que, en numerosas ocasiones históricas – y nuestro presente es testigo irrefutable de ello –, las religiones han sido utilizadas por seres despreciables como meros instrumentos para materializar y conseguir sus propios intereses y satisfacer al máximo posible sus deseos y pasiones, sin tener el más mínimo respeto por los creyentes ni por sus respectivos cultos y creencias. Toda la historia religiosa, política, económica y social de la humanidad, ha vivido hechos que todos, como seres humanos, despreciamos recordar y deseamos olvidar; momentos en que un grupo de personas movidas por el extremismo, la intolerancia, la enemistad, el rencor, la venganza y otras causas, han utilizado lo más bendito que han poseído algunas personas en la historia – incluso se podría decir lo único que han poseído y a lo que se han aferrado con toda su vida –, para practicar lo más bellaco y denigrante para la raza humana.

Hoy día, los propios componentes de la sociedad, que no son otros que los seres humanos, independientemente de su religión, su manera de entender la vida y de sus convicciones, reconocen un hecho tangible y acuciante que acontece en nuestra sociedad actual: que nuestra vida tanto a nivel individual como colectiva, está en decadencia y sufrimos las consecuencias de una podredumbre humana. Poco importa si la llamamos religiosa, espiritual o moral, pues, al fin y al  cabo, quien puede llevar a la práctica cualquier ideal o conjunto de valores es el ser humano. Y, éste, al alejarse de la práctica de lo que únicamente posee y se diferencia del resto de los animales – los valores –, ya sea por su pasión o por satisfacer los deseos de su ego, esas guías no sirven absolutamente para nada.

Y en ese avatar de luchas internas que experimentan miles de seres humanos en nuestra sociedad al contemplar el derrotero que están tomando las cosas, aquellos que piensan a ciencia cierta que existen soluciones para poder salir del pozo negro en el que se encuentran sumergidos, comienzan una andadura en busca de una solución, una salida o, simplemente, poder encontrar algo que satisfaga sus espíritus y alimentar el hambre interior que siente en lo más adentro de su fuero interno.

Es en este punto donde las personas, aun a pesar de las continuas campañas por parte de ciertas partes de la sociedad por malsinar y difamar ciertas tendencias espirituales o mensajes divinos revelados, “vuelven” o “retornan” a buscar en esas sendas soluciones para una mejor calidad de vida.

En muchos ámbitos de nuestras vidas, lo material ha devenido el parámetro que valora a las personas, cuando la base, es que la persona o lo humano sea el parámetro que dé el valor justo a lo material.

Se nos ha inculcado – de manera directa o indirecta – que somos únicamente materia. Pero, paradójicamente, los apologistas de la sinrazón, no se han percatado que la materia es el medio que Dios ha dispuesto en nuestra existencia para manifestar y expresar algo que trasciende lo meramente tangible. Esa esencia que sentimos en lo más profundo de nuestro interior. Pues la materia no siente, transmite y es conductora de sentimientos.

Ahí podríamos hablar de placeres. Hemos dado rienda suelta a nuestro ser para satisfacer nuestros placeres sensibles, pero ¿cuánto hemos hecho para saciar nuestros placeres humanos y espirituales? Eso es porque siempre hemos considerado lo placentero como sinónimo del bienestar material. Por todo ello, debemos percatarnos que todo debe ponderarse por la calidad humana y no por la cantidad.

Todos estos fenómenos negativos que presenciamos hoy día, revelan nuestra negligencia e insensatez en muchas dimensiones de nuestra esencia humana: la espiritual, la sentimental,… o, simplemente y con pocas palabras, nuestra propia humanidad.

Visto el panorama, aquellos que sienten un atisbo de luz en lo más profundo de su ser y que se sienten sabedores de que la vida es algo más que el mero hecho de acumular objetos, tienen la energía y el coraje suficientes como para emprender un camino al que podríamos denominar de “retorno” o de vuelta a aquellos mismos principios y valores que un día conoció y, que por diversas causas, abandonó o se le hizo abandonar o despreciar.

Desgraciadamente, a pesar de ese camino de retorno o de búsqueda de unos valores y un sentido fundamental de la vida, encontramos a quienes se les pone obstáculos advirtiéndoles de las causas negativas que el tomar dicho camino repercutiría en su vida futura. Despertando, para ello, aquellos oscuros fantasmas y vomitando despreciables falacias sobre el “verdadero” mensaje de religiones milenarias y practicadas por millones de personas coherentes, sencillas, buenas y comprometidas por un mundo mejor.

Dicha persona buscadora, debe ser inteligente y saber mirar más allá de la envoltura con la que un mensaje y unos valores morales le son presentados, pues lo importante no es el continente de una cosa, sino el contenido. Y, por desgracia, nos hemos alejado – como conjunto social – de ciertos valores morales o, incluso, despreciamos otros, simplemente porque vienen en un “envoltorio” extraño o del que no se nos permite tener en él ni la más mínima pizca de confianza moral y, que, desgraciadamente, nos puede hacer abandonar aquello que puede otorgarnos la felicidad y el sentido de ser de nuestras vidas.

La gente de bien compartimos unos principios comunes y una manera de entender la vida y, consecuentemente, deberíamos trabajar en pro de esos puntos consensuados. Pues, no son principios cualesquiera, sino puntos fundamentales y vitales tanto para propios como para ajenos a estos mensajes que predicamos y practicamos.

Por todo ello, hoy, se hace más apremiante trabajar conjuntamente y aunar esfuerzos en pro de la existencia, difusión y expansión de un mínimo de principios morales que sostengan ese eje fundamental sobre el que gire una sociedad que quiera alardear de un carácter humano profundo. Pues lo moral, por desgracia, ha devenido sinónimos de coacción y limitación de la libertad, cuando realmente, es lo único que puede dignificar la entidad y la identidad del ser humano y, en su esencia, le distingue del resto de los demás animales.


En definitiva, debemos defender la validez de nuestros valores morales; no para imponerlos, sino para ofrecerlos como alternativa. Ese ofrecimiento nunca significará – o debería tomarse – como una imposición de dogmas, sino una guía humana brindada por otros seres humanos, conocedores del inmenso tesoro que sus pechos y corazones encierran. Unas personas que, a fin de cuentas, no únicamente desean lo mejor para ellos mismos y para los demás. 

viernes, 20 de junio de 2014

LOS NIÑOS Y RAMADÁN. CONSEJOS Y PAUTAS.

Al·lâh – ensalzado sea – ha establecido diferentes estados de consciencia y de concebir el mundo a lo largo de la vida del ser humano y que difieren en muchos y múltiples momentos a lo largo de la vida de una persona.

Aunque seamos adultos, no todos tenemos el mismo conocimiento, ni el mismo saber, ni el mismo nivel de consciencia, ni el mismo nivel espiritual; niveles, éstos, que nos ayudan a percatarnos de nuestras dos realidades: la tangible y la intangible. Sin embargo – y como es sabido por todos – los niños, debido a su configuración mental y racional – que no humana y espiritual – no disponen de una consciencia racional que les haga percatarse de muchos asuntos que les rodean y que, por tanto, se les escapan.
Por ello, nosotros, como padres, tutores y, sobre todo, responsables de la educación islámica de nuestros hijos, no podemos obviar ni ser negligentes en el nivel de consciencia de los niños que tenemos a nuestro cargo.
Con estas palabras me refiero a un asunto importante y que, por desgracia, no tenemos en cuenta cuando llega el mes sagrado de Ramadán. Me refiero a cuáles deben ser las formas – que no el fondo – que debemos usar y utilizar para transmitir a nuestros hijos la llegada de este bendito mes y, así, comenzar a introducirles desde su infancia en la vivencia de las prácticas espirituales de la vida de todo musulmán.

El error ‘clásico’ que se comete en la mayoría de las familias – por ignorancia – es el de querer que nuestros hijos sigan nuestra ‘práctica’ del din del Islam, olvidándose por completo la esencia y la sapiencia de las cosas que supuestamente practicamos. Obligamos a los niños a que sigan una serie de normas, preceptos y prácticas, sin que tengan un mínimo de saber respecto a las esencias espirituales y fundamentales en las que se sostiene nuestro din del Islam.
No nos damos cuenta – como he dicho antes – que nuestros hijos no ostentan una consciencia racional tal que les ayude a concebir y a comprender realmente la esencia profunda de las enseñanzas de nuestro din. ¿Cómo pretendemos, entonces, que nuestros hijos lleguen a ser conscientes de estas cosas cuando nosotros mismos no lo somos de ellas? ¿Somos nosotros realmente conscientes de lo que representa Ramadán? ¿Sabemos realmente cómo sacar el máximo provecho de este pilar del Islam? ¿Cómo podemos transmitir a otros algo que nosotros mismos desconocemos e ignoramos?
Éste, sin duda, es otro tema que podríamos tratar. Sin embargo, ahora nos toca hablar de los pequeños y qué podemos y debemos hacer para que empiecen a vivir y a sentir humana e espiritualmente el ayuno del mes de Ramadán.

Los niños, como he dicho, no pueden percatarse racionalmente de muchas cosas que le rodean. Sin embargo, hay muchos modos de hacerles comprender y, sobre todo, experimentar, pequeñas esencias de lo que representa el ayuno en nuestro din y el mes de Ramadán.
Estos son algunos consejos y pautas que, humildemente, presento para quien quiera llevarlos a la práctica en su hogar con sus niños:

-       Comenzar a hablarles y a comentarles, que el mes más importante del año, aquel que Al·lâh ha elegido para revelar su última carta a toda la gente (el Sagrado Corán), está a punto de llegar.

-         Adornar la casa. A los niños les encanta los colores y las formas, algo que forma parte de la fitra que Al·lâh ha dispuesto en el ser humano y que ellos, como niños, experimentan más que nadie. Por ello, es muy recomendable adornar la casa y poner carteles sobre Ramadán, para que así, ese mensaje les entre por los ojos. Y, no olvidar, que Al·lâh, como dijo el profeta Mujámmad – la paz sea con él – “Es bello y ama la belleza”. Por ello, engalanemos y embellezcamos nuestra casa para recibir el mes más hermoso del año.

o   A modo de ejemplo, podemos poner un pequeño cartel en casa con los días que faltan para Ramadán y, así, ellos mismos vayan entrando en esa ‘cuenta atrás’ para recibir al mejor de los invitados: Ramadán.

-         Dejarles – aunque en la mayoría de las ocasiones parte de ellos mismos la inicitativa – a que comiencen a ayunar unas pocas horas del día, pues ello, sin duda, genera en el niño un sentimiento de comunidad, capacidad y participación en algo que – en teoría, para él – es algo propio de los adultos. Cosa, que hace crecer su autoestima.

-         Invitar a familiares y amigos a la ruptura del mes de Ramadán, tanto a musulmanes como a no musulmanes. Pues, como ya es sabido, uno de los momentos más hermosos de los días de Ramadán lo experimentamos en torno a la mesa de la ruptura del ayuno, no tanto por la comida – que también es un don y un placer que Al·lâh nos ha otorgado – sino por compartir el momento donde se rompe el ayuno y, como dice el jadiz de nuestro amado profeta Mujámmad - la paz y las bendiciones sean con él -, encontrar esa alegría por haber llevado a cabo un día de ayuno ofrecido con sinceridad plena a Al·lâh.

-    Llevar a los niños algunos días a la mezquita – sobre todo por la noche, durante el rezo de la zalá del (tarawih), pero con la intención de que ellos también participen de la adoración. Por desgracia, hay muchos padres que se llevan a sus hijos a las mezquitas con la Nintento o la PS Vita para que, mientras el reza, el niño se quede en la parte de atrás jugando y, así, deje tranquilo a su padre para que haga la zalá. ¿Así va a aprovechar nuestro hijo algo de Ramadán?

o   Las mezquitas deberían realizar charlas sobre el Islam en español durante este mes y, así, los niños también participasen y ‘se alimentaran’ de la espiritualidad de Ramadán. Pero, por desgracia, la mayoría de las mezquitas – por no decir todas – que imparten clases y charlas en este mes sagrado de Ramadán, se hace en lengua árabe clásica.

o   Por lo menos, deberían realizar alguna que otra charla pequeña dirigida a los niños, en su lenguaje y con sus formas, no con las nuestras. Pues de lo contrario, todo les sonará a chino.

La verdad, es que tampoco necesitan mucho más, pues, como he dicho, su nivel de consciencia no les permite comprender o abarcar todo lo que el mes de Ramadán encierra y abarca. Pero, con estas mínimas pautas, haremos que nuestros hijos experimenten pequeñas esencias espirituales y humanas del ayuno y de la bendición de Ramadán que, con el tiempo, irán generando en él – con el permiso de Al·lâh – el amor y el sentimiento que todo musulmán debe tener para con los ritos y prácticas del din revelado por Al·lâh a todos los seres humanos.

Pedimos a Al·lâh que nos ayude en la educación de nuestros hijos, que seamos los mejores padres y madres para ellos, y que nos facilite todos nuestros asuntos en esta vida y en la otra.

Que la paz y las bendiciones sean con el profeta Mujámmad, con su familia inmaculada y con sus piadosos Compañeros, y Alabado sea Al·lâh señor del universo.

Sheij Vicente Mota / Mansur 22 de Sha'bân de 1435 / 22 de junio de 2014.

jueves, 1 de mayo de 2014

LOS MESES SAGRADOS - EL MES DE RAYAB



Acabamos de entrar en uno de los meses sagrados; el mes de Raÿab.


Los cuatro meses sagrados, tal y como han venido mencionados en los jadices fidedignos, son cuatro: Dul·Qa‘adah, el mes de la peregrinación (Dul·Hiÿÿah), el mes de Mujarram y el mes de Raÿab. En uno de esos jadices, el Profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – dijo: “El año se compone de doce meses. De ellos, cuatro son sagrados y, tres, van seguidos: Dul·Qa‘adah, el mes de la peregrinación (Dul·Hiÿÿah) y el mes de Mujarram. 


También encontramos la siguiente aleya del Corán: “Ciertamente, el cómputo de los meses es doce, en un Registro (kitâb) de Al·lâh el día en que creó los cielos y la tierra. De esos meses, cuatro son sagrados. Este es el din recto. Por ello, no seáis injustos con vosotros mismos en estos meses”. (Sura “la penitencia”: 36).

Dijo Ibnu Kazîr (un reconocido exegeta del Corán) comentando esta aleya lo siguiente: “Cuando Al·lâh dice: (No seáis injustos con vosotros mismos en estos meses), quiso enseñarnos que, cualquier falta o pecado que cometamos en estos meses, tiene más repercusión que en otros meses, del mismo modo que los pecados y las faltas cometidas en las tierras sagradas (Meca, Medina y Jerusalén) también se acrecientan. […] Cuenta Ibnu Qatâdah lo siguiente: “La injusticia cometida en los meses sagrados tiene más repercusión y mayor condena por parte de Al·lâh que en el resto de los meses del año. Aunque, de todos modos, cualquier práctica de injusticia es un pecado capital. Pero Al·lâh – ensalzado sea – enaltece lo que él desea”.  

Dijo el imam Alqurtubï: “Al·lâh – alabado sea – cuando enaltece algo, esta cosa deviene sacra en sí misma. Y, cuando enaltece algo en varios aspectos, esa cosa en sí misma, deviene sacra en varios aspectos igualmente. Así, el castigo se duplica con la mala obra y la recompensa se duplica cuando se realiza la buena obra. Y quien obedece a Al·lâh en los meses sagrados y en las tierras sagradas no es igual que quien obedece a Al·lâh en el resto de meses y en otros lugares [en lo concerniente a la recompensa de las obras]”.



Por ello, aprovechemos este tiempo de sacralidad, no sólo para hacer obras de bien – algo que debería ser propio de todo musulmán, allá donde se encuentre – sino también para prepararnos espiritualmente para recibir el mes que, en poco tiempo, llegará a nosotros: el mes de Ramadán.

Que Al·lâh nos ayude, nos ilumine, nos conceda visión para ver nuestros defectos, y nos otorgue la suficiente humildad para reconocerlos y la fuerza para arreglarlos.