MENU

sábado, 25 de octubre de 2014

UNA RENOVADA ALTERNATIVA

En una ocasión, el cuarto califa del Islam, el imam Alí – que Al·lâh esté complacido con él –, dijo estas sabias palabras: “Ciertamente, nuestros hijos nacen para vivir su época, no la nuestra”. Nosotros, como creyentes, somos herederos de un inmenso legado espiritual, intelectual y humano. A pesar de ello, no podemos vivir ni revivir los tiempos de nuestros antepasados, pues ello, en sí mismo, devendría un suicido anunciado y una locura en toda regla.

Aquellos que nos precedieron, vivieron su época con sus pros y sus contras; sus idas y vaivenes; sus grandezas y sus bajezas; sus aciertos y sus errores,… y, en definitiva, sus vidas. Unos árboles pueden dar frutos durante décadas. Sin embargo, esos frutos son únicos en sí mismos. Nosotros debemos saber cómo tomar la savia de la herencia divina que hemos recibido para ofrecer nuestros mejores frutos. Por lo tanto, debemos vivir nuestra época siendo coherentes y consecuentes con la esencia del mensaje del que somos portadores.

De todo cuanto nos acontece en nuestra vida, tanto en las cosas positivas como en las negativas, debemos aprender y extraer enseñanzas. De lo positivo, debemos tomar lo mejor de lo que nuestros antepasados aportaron; y, de lo negativo, saber qué no debemos hacer y, así, no tropezar dos veces – o más – con la misma piedra.

Nuestra época es singular, como lo fueron las épocas anteriores. Y, hoy, nos vemos abocados a trabajar de forma acuciante y de manera conjunta para materializar unos fines que todos compartimos. Sólo con el diálogo y la buena intención – que es la mitad de todo recorrido – tenemos la oportunidad para derribar de nuestra mente conceptos e ideas erróneas que todos podemos tener sobre nuestro “otro” congénere.  

No negamos que, en numerosas ocasiones históricas – y nuestro presente es testigo irrefutable de ello –, las religiones han sido utilizadas por seres despreciables como meros instrumentos para materializar y conseguir sus propios intereses y satisfacer al máximo posible sus deseos y pasiones, sin tener el más mínimo respeto por los creyentes ni por sus respectivos cultos y creencias. Toda la historia religiosa, política, económica y social de la humanidad, ha vivido hechos que todos, como seres humanos, despreciamos recordar y deseamos olvidar; momentos en que un grupo de personas movidas por el extremismo, la intolerancia, la enemistad, el rencor, la venganza y otras causas, han utilizado lo más bendito que han poseído algunas personas en la historia – incluso se podría decir lo único que han poseído y a lo que se han aferrado con toda su vida –, para practicar lo más bellaco y denigrante para la raza humana.

Hoy día, los propios componentes de la sociedad, que no son otros que los seres humanos, independientemente de su religión, su manera de entender la vida y de sus convicciones, reconocen un hecho tangible y acuciante que acontece en nuestra sociedad actual: que nuestra vida tanto a nivel individual como colectiva, está en decadencia y sufrimos las consecuencias de una podredumbre humana. Poco importa si la llamamos religiosa, espiritual o moral, pues, al fin y al  cabo, quien puede llevar a la práctica cualquier ideal o conjunto de valores es el ser humano. Y, éste, al alejarse de la práctica de lo que únicamente posee y se diferencia del resto de los animales – los valores –, ya sea por su pasión o por satisfacer los deseos de su ego, esas guías no sirven absolutamente para nada.

Y en ese avatar de luchas internas que experimentan miles de seres humanos en nuestra sociedad al contemplar el derrotero que están tomando las cosas, aquellos que piensan a ciencia cierta que existen soluciones para poder salir del pozo negro en el que se encuentran sumergidos, comienzan una andadura en busca de una solución, una salida o, simplemente, poder encontrar algo que satisfaga sus espíritus y alimentar el hambre interior que siente en lo más adentro de su fuero interno.

Es en este punto donde las personas, aun a pesar de las continuas campañas por parte de ciertas partes de la sociedad por malsinar y difamar ciertas tendencias espirituales o mensajes divinos revelados, “vuelven” o “retornan” a buscar en esas sendas soluciones para una mejor calidad de vida.

En muchos ámbitos de nuestras vidas, lo material ha devenido el parámetro que valora a las personas, cuando la base, es que la persona o lo humano sea el parámetro que dé el valor justo a lo material.

Se nos ha inculcado – de manera directa o indirecta – que somos únicamente materia. Pero, paradójicamente, los apologistas de la sinrazón, no se han percatado que la materia es el medio que Dios ha dispuesto en nuestra existencia para manifestar y expresar algo que trasciende lo meramente tangible. Esa esencia que sentimos en lo más profundo de nuestro interior. Pues la materia no siente, transmite y es conductora de sentimientos.

Ahí podríamos hablar de placeres. Hemos dado rienda suelta a nuestro ser para satisfacer nuestros placeres sensibles, pero ¿cuánto hemos hecho para saciar nuestros placeres humanos y espirituales? Eso es porque siempre hemos considerado lo placentero como sinónimo del bienestar material. Por todo ello, debemos percatarnos que todo debe ponderarse por la calidad humana y no por la cantidad.

Todos estos fenómenos negativos que presenciamos hoy día, revelan nuestra negligencia e insensatez en muchas dimensiones de nuestra esencia humana: la espiritual, la sentimental,… o, simplemente y con pocas palabras, nuestra propia humanidad.

Visto el panorama, aquellos que sienten un atisbo de luz en lo más profundo de su ser y que se sienten sabedores de que la vida es algo más que el mero hecho de acumular objetos, tienen la energía y el coraje suficientes como para emprender un camino al que podríamos denominar de “retorno” o de vuelta a aquellos mismos principios y valores que un día conoció y, que por diversas causas, abandonó o se le hizo abandonar o despreciar.

Desgraciadamente, a pesar de ese camino de retorno o de búsqueda de unos valores y un sentido fundamental de la vida, encontramos a quienes se les pone obstáculos advirtiéndoles de las causas negativas que el tomar dicho camino repercutiría en su vida futura. Despertando, para ello, aquellos oscuros fantasmas y vomitando despreciables falacias sobre el “verdadero” mensaje de religiones milenarias y practicadas por millones de personas coherentes, sencillas, buenas y comprometidas por un mundo mejor.

Dicha persona buscadora, debe ser inteligente y saber mirar más allá de la envoltura con la que un mensaje y unos valores morales le son presentados, pues lo importante no es el continente de una cosa, sino el contenido. Y, por desgracia, nos hemos alejado – como conjunto social – de ciertos valores morales o, incluso, despreciamos otros, simplemente porque vienen en un “envoltorio” extraño o del que no se nos permite tener en él ni la más mínima pizca de confianza moral y, que, desgraciadamente, nos puede hacer abandonar aquello que puede otorgarnos la felicidad y el sentido de ser de nuestras vidas.

La gente de bien compartimos unos principios comunes y una manera de entender la vida y, consecuentemente, deberíamos trabajar en pro de esos puntos consensuados. Pues, no son principios cualesquiera, sino puntos fundamentales y vitales tanto para propios como para ajenos a estos mensajes que predicamos y practicamos.

Por todo ello, hoy, se hace más apremiante trabajar conjuntamente y aunar esfuerzos en pro de la existencia, difusión y expansión de un mínimo de principios morales que sostengan ese eje fundamental sobre el que gire una sociedad que quiera alardear de un carácter humano profundo. Pues lo moral, por desgracia, ha devenido sinónimos de coacción y limitación de la libertad, cuando realmente, es lo único que puede dignificar la entidad y la identidad del ser humano y, en su esencia, le distingue del resto de los demás animales.


En definitiva, debemos defender la validez de nuestros valores morales; no para imponerlos, sino para ofrecerlos como alternativa. Ese ofrecimiento nunca significará – o debería tomarse – como una imposición de dogmas, sino una guía humana brindada por otros seres humanos, conocedores del inmenso tesoro que sus pechos y corazones encierran. Unas personas que, a fin de cuentas, no únicamente desean lo mejor para ellos mismos y para los demás.