“ISLAMOFOBIA, MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y MOVIMIENTOS ISLAMOIDES”
El imam Vicente Mota (Mansur)
licenciado en ciencias islámicas y experto en teleología islámica.
Madrid, 25-2-2015
Antes
de comenzar sería preciso indicar un asunto importante y que, además, tiene
relación con la profesión que la mayoría de ustedes van a desempeñar. Primero, debemos enmarcarnos en nuestro contexto político y social para concretar nuestro discurso y
nuestras ideas.
La
información o el producto periodístico, es decir, las noticias transmitidas a
través de los medios de comunicación en Europa, más que la búsqueda de un
conocimiento profundo y real de un fenómeno, refleja aquello que,
supuestamente, es de interés y preocupación del mundo occidental respecto, en
este caso concreto, al mundo islámico. Es decir, el producto periodístico
ofrecido por bastantes medios de comunicación, es el resultado de la puesta en
práctica de unas artes que enseñan cuál es el suceso que debe transmitirse y,
sobre todo, el cómo; no con el fin de aproximar el suceso real por medio del
análisis de las partes que conforman el todo del mismo, sino con el fin de
configurar y fortalecer una determinada opinión pública, por muchos y muy
diversos intereses.
Estos
ecos o reflejos son los que configuran el imaginario colectivo que una
población concreta – en este caso la europea – puede tener respecto al Islam. Por
desgracia – y hablando concretamente del fenómeno de la islamofobia –, ese
imaginario que existe en el ciudadano medio respecto a lo que el Islam es, no
es más que un concepto confuso y etéreo, y muy alejado de lo que realmente este
representa.
No
se trata, pues, de encontrarse frente a la disyuntiva de la celeridad –
genética en sí misma – exigida en la cobertura de un suceso y, por otro, el
análisis que, entre otras cosas, precisa de tiempo, estudio y reflexión; algo de
lo que, desafortunadamente, adolece en muchas ocasiones el producto
informativo. No. Debemos percatarnos que existen medios de comunicación –que no
dejan de ser herramientas de empresas y corporaciones – que tienen un perfil
determinado y que, el medio utilizado – ya sea la televisión, la radio o la
prensa –, se presenta como el útil que está al servicio de unos intereses.
Por
lo tanto, el quid de la cuestión no radica en la cobertura de un suceso en
concreto con más o menos acierto analítico, sino de aquello que una empresa
elige para que sea ‘noticia’ y, sobre todo, cómo presentarlo en beneficio de
los intereses que ese medio representa; aunque, en ese propósito, se falte a la
verdad y se manipulen hechos reales.
Démonos
cuenta que la islamofobia – como fenómeno ideológico –, en gran parte, no viene
generada por una relación personal de un individuo respecto a una experiencia negativa
que haya podido tener con los musulmanes o el mundo musulmán, sino que, más
bien, es ese producto periodístico relacionado con lo ‘islámico’ que transmiten
algunos medios de comunicación, el que va configurando ese imaginario que va instalándose
en el subconsciente social.
Por
ello, tal y como indica algunos sociólogos, las agresiones y asesinatos
islamófobos contra individuos de confesión musulmana que se han producido en
sociedades occidentales, vienen, en muchos casos, dados por este producto que
deja su huella en el imaginario colectivo.
Tal
es el caso de lo ocurrido –hace unas semanas en el barrio de Chapell Hill, en
la localidad de Carolina del Norte en EE.UU., con el asesinato a manos de un
terrorista ideológico que acabó con la vida de tres musulmanes miembros de una
misma familia.
Es
cierto que algunos individuos – entre ellos musulmanes – dejan mucho que desear
en cuanto su actitud y sus modales, deviniendo, en algunas ocasiones, los
peores embajadores que el Islam puede tener. Sin embargo, esto es un asunto y,
otro bien diferente, la hipotética experiencia que haya podido generar en una
persona un sentimiento de odio y desprecio tal, como para incitarla a tomar la
decisión de acabar con la vida de otras personas, y que, según le aporta ese
imaginario, considera una amenaza para la sociedad.
SOBRE EL ESTUDIO DEL ISLAM
Si queremos adentrarnos en el estudio de lo
que realmente representa el Islam y su civilización, no debemos olvidar que nos
hallamos ante una antropología distinta, alógena a la occidental; por lo tanto,
tendremos que conocer, a priori, sus presupuestos antropológicos, su modo de
concebir el mundo y sus principios ontológicos.
-
El Islam podría definirse como:
§
un sistema
ético-moral-global cuyos fines se resumen en promover el bien, la justicia y la
virtud, y erradicar la injusticia, el mal y la depravación. Todo aquel que dice
ser musulmán, está obligado a esforzarse –a través de la práctica del Islam–
para purificar su ego, su mente y su espíritu y, así, poder alcanzar la
excelencia (ihsân) en cada uno de estos niveles. Cuando ello hace
–o, por lo menos, lo intenta–, es cuando deviene un siervo (‘abd) de
Dios y un regente (jalîfah) suyo en este mundo.
El
Islam es un sistema ético, pues ostenta una serie de principios, valores y
presupuestos que interaccionan entre sí con el fin de materializar una serie de
fines muy concretos. Estos fines y otras disposiciones vienen recogidos en la
disciplina conocida como ‘la teleología de la jurisprudencia (ŝarî‘ah) islámica’, y son los siguientes:
o
La salvaguarda de la ideología o la creencia de toda
persona.
o
La salvaguarda de la vida humana.
o
La salvaguarda de la dignidad de la persona.
o
La salvaguarda del intelecto.
o
La salvaguarda del capital o la hacienda.
Y
es moral, porque emite juicios de valor conforme a sus disposiciones éticas.
El
Islam busca la educación del individuo para que éste pase a ser un sujeto moral
capaz de un perfeccionamiento ético continuo, cuyo método lo configura está
formado por el sistema de ideas, principios y de actuación que proporciona el
propio Islam en su doctrina teórica y en sus prescripciones.
Y
es global, pues comprende y abarca todas las dimensiones de la vida del ser
humano y no una única esfera. Algo que, desde alguna posición, no se comprende
pues se considera como una intromisión divina a ese albedrío dispuesto en el
ser humano que, supuestamente, goza de libertad.
Si
el Islam enseña esta forma global de concebir la existencia, es por un mero
hecho coherencia ética, ya que esa consciencia y actitud
trascendente en el ser humano debe manifestarse en todas las esferas de su vida,
ya que sería poco ético –valga la redundancia– mantener esa actitud en una
esfera y no en otras.
Así
pues, todo aquel que se dice ser musulmán y se reconoce como tal sometiéndose voluntariamente
a los designios de Dios, es cuando deviene ese regente o califa.
Veamos,
pues, la referencia coránica respecto a este concepto. Dice el Corán: “Y cuando
tu Señor dijo a los ángeles: ‘voy a disponer un regente (jalîfah) en la
Tierra’. Ellos preguntaron: ‘¿Acaso vas a disponer en ella a alguien que la
corrompa y derrame la sangre, siendo que nosotros te glorificamos y proclamamos
tu santidad?’. Entonces, Al·lâh respondió: ‘Yo sé lo que vosotros no sabéis”.
(2: 30).
Ahora
bien, no estamos hablando de un individuo político, sino un ser obligado a dar
respuesta a su propia consciencia ética y, con ello, adoptar una actitud moral,
–que no puritana, como se podría entender– consecuente y coherente consigo
mismo y, por consiguiente, con el resto de sus congéneres humanos.
Ese
jalifa, pues, es un regente portador de unos valores que debe llevar a la
práctica para devenir, realmente, un regente de Dios, pero, sobre todo, debe
dar a conocer dichos valores dándoles corporeidad a través de su obra y su
actitud.
Como
hemos dicho, esa actitud ética a la que el Islam invita al ser humano, es
voluntaria y, nunca, puede ser exigida a nadie. El Islam no permite ningún tipo
de coerción en materia de pensamiento o de confesión, tal y como dice el Corán:
“No hay coacción en materia de dîn”. (2: 256). El término dîn no
queda restringido a lo que, desde la cultura occidental se entiende como
religión, sino que abarca otra serie de conceptos: como la ideología, el modo
de vida de una persona, su pensamiento, etc.
Tampoco
existe argumentación legítima alguna que sostenga aquella perversa falacia que
afirma que un hipotético advenimiento de cualquier gobierno islámico, supondría
la instauración de un régimen totalitario que impondría a todo el mundo la
conversión al Islam o, de lo contrario, su expulsión o su ejecución. Todo,
claro está, bajo la batuta abominable de la ŝarî‘ah, tal y como se suele
afirmar.
Aparte
de la aclaración, debemos decir que los fundamentos jurídicos y legislativos
del Islam no han establecido un régimen político único y estandarizado de
obligada instauración en todo momento y lugar. Lo
que existe y que sí es de obligado cumplimiento, es la instauración y la
protección de unos principios universales que, incluso, el musulmán, debe
defender y apoyar aunque estén amparados por instituciones que no sean
islámicas o personas que practiquen alguna otra confesión religiosa diferente
al Islam o, simplemente, no profesen ninguna.
La
ŝarî‘ah constituye los principios y valores generales apuntados en la
Revelación del texto coránico junto a la interpretación que el Profeta hacía
del mismo y la práctica que se seguía de ello. Estas líneas generales tienen un
carácter inmutable e inapelable. Estos principios y valores generales vienen
enmarcados en las siguientes manifestaciones:
Ciertamente,
es irrisorio – por no decir vergonzoso e indignante – el concepto que muchos
periodistas e intelectuales occidentales tienen respecto a lo que realmente es la
ŝarî‘ah, exponiéndola como el sistema jurídico-político por el que se
rigen los musulmanes de todo tiempo y lugar, y que, por imperativo divino, todo
el mundo – musulmán o no – debe aplicar y/o se le debe aplicar. Los musulmanes
vendrían a ser, pues, una suerte de verdugos al servicio de la implantación de
este sistema utilizando para ello la violencia y la fuerza sin contemplación ni
miramiento alguno.
Y,
en cuanto al concepto de la ŝarî‘ah, quisiera presentarles un argumento
fehaciente que tira por tierra ese concepto tan absurdo que existe en torno a
este término. Por muy increíble que les pueda parecer, no existen libros de ŝarî‘ah.
Les comento esto pues cuando cierta gente habla sobre la ŝarî‘ah, uno
puede llegar a pensar que ésta se comprende en una obra de ciertos volúmenes –
a modo de una enciclopedia Larousse – y que, vendría a ser, aquel ente jurídico
monolítico que debe ser aplicado a toda cost
La
ŝarî‘ah comprende ese sistema global que busca la implantación, a través
de unas estructuras dispuestas por la propia sociedad, de principios de común
denominador a la disposición moral del ser humano, como la justicia, la
igualdad, la equidad, y la erradicación de la injusticia, la depravación y el
vicio. En definitiva, una sociedad regida en base a los principios indefectibles
de la teleología que preconiza y defiende el Islam.
Por
lo tanto, el Islam no busca la instauración de un califato ni, de tan siquiera,
un régimen político, sino la educación y la formación de un individuo ético. Por ello, el ser humano, en sí mismo, es lo
fundamental, el sujeto trascendente; y lo contingente, es aquellos sistemas políticos
y sociales que el colectivo humano elija para materializar y realizar esos
fines. Y, eso, concretamente, es lo que nos transmite la esencia del mensaje
del Islam y la sunna del profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él
– como maestro, guía y educador espiritual.
Créanme,
que no hay nadie en el mundo más interesado que los propios musulmanes por
saber quiénes son estos salvajes y energúmenos y, sobre todo, quiénes están
orquestando este circo de la sinrazón y la demencia.
Lo
que sí podemos decir, es que nos encontramos frente un grupúsculo de bárbaros y
mercenarios que se dicen musulmanes, pero que sus obras les alienan de aquello a
lo que dicen pertenecer e, incluso, defender.
Algunos
podrían pensar que nos encontramos ante un fenómeno de teología política, es
decir, ante un movimiento que desea imponer su religión y politizarla
imponiendo un califato semejante, como vilmente predican, al que en su día
instauró el propio profeta del Islam y, consecuentemente, gozoso de una
legitimidad prácticamente divina.
Sin
embargo, nos encontramos ante un fenómeno de ideología totalitaria, pues, por
muchos estandartes que puedan ondear con el lema más sagrado del Islam, sus
actos les sitúan en una posición antagónica respecto a lo que realmente éste estipula
y representa.
Son tan ridículos, que a pesar de su puritanismo
y de su supuesto aferro y literalidad a los textos del Islam, contradicen incluso
sus propios postulados. Algo que denota, de manera fehaciente, los oscuros móviles
por los que se mueven y actúan. Un ejemplo muy sencillo y palpable, lo
encontramos en esas banderas que se han diseñado con el lema de la unicidad de
Al·lâh y el profetismo de nuestro amado Mujámmad: ‘lâ ilâha il·lâ Al·lâh –
Muhammad rasûl Al·lâh’ (لا إله إلا الله – محمد رسول الله).
Lo comento, porque existe un jadiz fidedigno
transmitido por el imam Albujârî donde el profeta Mujámmad dijo: “Me he
procurado un anillo de plata y he grabado en él ‘Mujámmad es el mensajero de
Al·lâh’. Por ello, que nadie grabe algo como lo que yo he grabado”. Y
aunque pudiese existir alguna que otra interpretación sobre este texto, lo que sí
es irrefutable es que, por interpretaciones y hermenéuticas mucho más
discutibles – incluso la mayoría de ellas sin ningún tipo de base –, esta gente
legitima el asesinato y el derrame de sangre gratuito y bárbaro. Algo que, sin
duda, responde a su supina ignorancia y su descomunal soberbia y arrogancia.
Estos
individuos, como he dicho, pretenden venderse ante el resto del mundo – musulmanes
y no musulmanes – como un grupo legitimado por la autoridad divina, última e
indiscutible, para conformar – aun truncando los principios más fundamentales
del Islam – una determinada comunidad político-militar dotada de la
consistencia y la unidad suficientes para hacer frente a enemigos internos y
externos.
Ya que nos encontramos en un espacio de erudición
que exige de nosotros presupuestos académicos con propiedad y rigor, debemos
otorgar a éste – y otros fenómenos similares – una nomenclatura que se ajuste a
lo que realmente son y no a lo que ellos predican ser.
Yo, personalmente, considero estas corrientes fanáticas
y violentas que actúan impíamente en nombre de una religión que siguen más de
mil trescientos millones de personas en el mundo, como:
“MOVIMIENTOS RADICALES ISLAMOIDES”.
Es
decir, grupos intransigentes – desde esa acepción de la RAE del concepto
‘radical’ – que, aunque dicen pertenecer o actuar conforme a unos postulados
islámicos fidedignos, no dejan de ser sino un aberrante esperpento del que, los
propios musulmanes, sentimos animadversión. Y que, además, no dejan de ser un ente maléfico que por ese sufijo 'oide' únicamente representan un tétrico y carnavalesco folclorismo que no atiende a ningún tipo de mínimo rigor islámico.
LA CONSTITUCIÓN DE MEDINA
No vamos a detallar todo lo que hizo
el profeta Mujámmad cuando llegó a la ciudad de Medina, donde se conoce y
reconoce la primera instauración de un gobierno-estado regido por el Islam. Pero
si quisiera exponerles un hecho destacado a nivel político que realizó el Profeta
como gobernante – o califa si se quiere utilizar ese término – cuando llegó a
la ciudad de que le acogió. Uno de las iniciativas que llevó a cabo el Profeta su
arribada, fue impulsar un pacto político con todas las personas que vivían en
Medina y en su periferia. Este pacto fue conocido a posteriori como la
‘constitución de Medina’.
Si me lo permiten, quisiera leerles
un apartado de este pacto para que, así, conozcan de primera mano un argumento
histórico y fehaciente de lo que representó realmente la ciudad-estado de
Medina y el papel del profeta del Islam como político.
También lo hago para demostrar a
aquellas personas ignorantes y/o interesadas, que suelen opinar falazmente,
afirmando que en el momento en que Mujámmad llegó a Medina y tomó el poder,
aprovechó su posición de fuerza y autoridad para acabar con las otras
comunidades minoritarias, como por ejemplo, las pequeñas tribus judías que
vivían en Medina y en lugares colindantes a ésta.
Esto, como vamos a demostrar, es
totalmente falso. Además, debemos recalcar, que los únicos conflictos que se
dieron entre los musulmanes como comunidad y algunas tribus judías, se debieron
a asuntos meramente políticos y no religiosos.
o
Artículos del 25 al 35 [sintetizado] – Las tribus
judías de los Banû ‘Auf, los Banû Annaÿÿâr, los Banû Alhâriz, los Banû
Sa‘îdah, los Banû Ÿasm, los Banû Ta’labah, los Banû Alaus, los Banû Yâfanah, sus
aliados, sus clientes comerciales y sus propias personas, conforman una única
comunidad (ummah) junto con los creyentes musulmanes. Los judíos tienen
su religión y los musulmanes la suya, [y a nadie se le pedirá cuentas] a excepción
de quien obre con injusticia o cometa una transgresión.