أنَّمَا مَثّلُوا صفَاتكَ للنّاس كَمَا مَثَّلَ النُّجومَ المَاءُ
La prudencia y la
ponderación son dos virtudes fundamentales para todo musulmán.
Por ello, no he querido escribir estas palabras hasta que hubiese pasado un tiempo tras los hechos acaecidos en París y por todos conocidos.
Por ello, no he querido escribir estas palabras hasta que hubiese pasado un tiempo tras los hechos acaecidos en París y por todos conocidos.
El profeta Mujámmad -
la paz y las bendiciones sean con él - fue el último de los mensajeros enviados
por Al·lâh a la Humanidad y nuestro modelo y ejemplo a seguir en todos los
aspectos de nuestra vida, sobre todo en el ético y el espiritual, pues ambas
dimensiones configuran el 'ser' musulmán.
El profeta Mujámmad
fue objeto de multitud de tropelías, atropellos, insultos, vilipendios,
vejaciones, agresiones e, incluso, amenazas de muerte, hecho éste, último, que
le obligó a buscar refugio en otros lugares fuera de su amada Meca, hasta que
Al·lâh le dio la apertura y le concedió el amor y el cariño de la gente de
Yazrib - posteriormente llamada Medina - que le acogió con los brazos abiertos.
Y, durante aquellos
momentos tan difíciles, el Corán - la palabra de Dios - siempre le instaba a la
paciencia. Son muchas las aleyas que siempre recomendaban e insistían al
Profeta el armarse de paciencia y perseverancia. "Sé paciente, pues la
promesa de Al·lâh es cierta" (sura 'los bizantinos': 60). Y dice el Corán:
(Y sé paciente, tal y como lo fueron los profetas resueltos [Noé, Moisés,
Abraham y Jesús]"(sura 'las dunas': 35).
Al·lâh podía haber
lanzado su castigo contra la gente de Meca y acabar con ellos en cualquier
momento. Sin embargo, Al·lâh quiso enseñar a su Profeta y a nosotros, cuáles
deben ser las pautas éticas y espirituales que el musulmán debe aprender y,
consecuentemente, aplicar. No para saber llevar una situación, sino para educar
y desarrollar una serie de virtudes éticas y espirituales concretas y que sin
las cuales, un musulmán queda discapacitado para poder afrontar las pruebas de
la vida; pruebas que, en algunas ocasiones, pueden llegar a ser realmente duras
y que, sin esa educación, una persona se encuentra en muchas ocasiones incapaz
y desorientado.
El profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – pues, es,
por imperativo coránico, el modelo que debe seguir todo
aquel que cree en Al·lâh – ensalzado sea – y encontrarse con él el día del
Juicio.
Cuando una revista
publica una o varias caricaturas en las que se pretende – aunque no lo
consiguen, por mucho que lo intenten – ofender y malsinar la imagen de nuestro
amado Profeta, nosotros, como musulmanes, dejamos bastante que desear respecto
a nuestras reacciones.
Primero, no sabemos
evaluar estos casos de manera correcta ni otorgarles el verdadero valor que se
merecen. ¿Que buscan la provocación…? Por supuesto. ¿Y qué podríamos esperar de
gente de tal catadura moral? ¿Acaso no nos damos cuenta que, en muchos casos,
se trata de personas que únicamente desean dar rienda suelta a sus más
miserables instintos, apelando a la ‘la libertad de expresión’, para poder
vomitar sus desvaríos mentales?
Ante estos casos, la
razón debe ser la que gobierne nuestros sentimientos. Y, aunque no tengamos la
capacidad de controlar las circunstancias, no podemos permitir que éstas nos
controlen a nosotros. Tenemos que saber ponderar cada situación conforme a
aquellos valores a los que decimos adscribimos y defendemos con convicción. Si
ello hacemos, no cabe duda de que estaremos, éticamente hablando, muy por
encima de dichas personas.
Sin embargo, nuestras
reacciones suelen relegarnos a niveles indeseados e impropios de quienes
aspiran a vivir conforme a unos principios éticos elevados. Y,
desgraciadamente, solemos reaccionar, si no con la misma moneda, sí con formas
y modos inoportunos e improcedentes.
Ello se debe a dos
causas fundamentales: la primera, nuestra ignorancia – a veces supina –
respecto a los valores que nos nuestro din predica; y, segundo, el actuar
movidos por las directrices de las pasiones de nuestro ego; que, en la mayoría
de las ocasiones, hace que confundamos el sentimiento puro con el
sentimentalismo ilusorio. ¡¿Cómo podemos concebir que cuatro garabatos
realizados por un chiflado puedan, ni por lo más mínimo, ensuciar el sublime y
elevado rango ético y moral de nuestro Profeta?! ¡No, por Al·lâh que no!
Alguien podría aducir:
‘Esas publicaciones insultan y menosprecian a lo que más amamos de este mundo.
¿Acaso no debemos de actuar frente a ello?’.
Y yo preguntó: ¿Acaso
esta gente se merece que la dediquemos ni un minuto de nuestro preciado tiempo?
Si dichas publicaciones llegan a tener algún tipo de relevancia, no es más que
por la desorbitada reacción que tenemos cuando esto sucede Nosotros, como
comunidad, recibimos a diario infinidad de ofensas, injurias e insultos. Y,
como dice el Corán: “lo que encierran sus corazones es aún peor”. Sin embargo,
tal y como he dicho, nuestra referencia ética no debe ser nunca nuestro ego,
sino aquella dispuesta por nuestro Señor y practicada por su Mensajero.
Lo que debemos cuestionarnos
es lo siguiente: ¿qué es lo que nos aconseja y dicta el Islam, nuestro din,
ante esta situación? Pues aquello mismo con lo que, en su día, Al·lâh mismo
exhortó a su amado Profeta cuando éste fue objeto de injurias y calumnias de
todo tipo. Al·lâh se dirigió a su querido Mensajero y le dijo: ‘Haz caso omiso
de sus ofensas y encomiéndate a Al·lâh. Al·lâh basta como protector”. (Sura 33
‘los coaligados’: 48).
Siendo musulmanes, es
decir, personas que aspiran a realizarse siguiendo un modelo ético sinigual, no
podemos – ni debemos – actuar de cualquier manera, ni, mucho menos, dejarnos
llevar por nuestros instintos más básicos, pues ello es contrario a las
enseñanzas que decimos seguir y practicar. Nuestra actitud, en sí misma, es – o
debería ser – reflejo de nuestra espiritualidad. El Islam nos ha enseñado que,
en todo momento y en todo lugar, las mismas situaciones que pueden alcanzar un
nivel de dureza y complejidad alto, nos exigen una coherencia ética íntegra,
con la intención, siempre, de alcanzar y realizar la excelencia. ¿Es duro? Sin
duda. Pero esa es nuestra meta y eso es lo que se nos exige.
Al·lâh mismo, aun a
pesar del amor que tenía – y tiene – por su Profeta, en honor a la verdad y
para demostrar el nivel moral de Mujámmad frente a las afrentes que éste
recibía por parte de su propia gente e, incluso, de su propia familia – no lo
olvidemos – citó en el Corán los calificativos negativos que éstos le
proferían, como que era un loco, un embustero, un hechicero, un falsario, un
embaucador, etc.
¿Qué interés merece,
pues, por nuestra parte, gente que no rige su vida por el más mínimo parámetro
ético, y que, además, se gana la vida a base de burlarse y mofarse de los demás
y, además, lo hacen apelando a la libertad de expresión?
Si somos fundamentales
en nuestros propios principios, lo que debemos desear para esta gente – y para
el resto del mundo – es lo mejor, por imperativo coránico mismo. Pues tal y
como dice Al·lâh en el Corán dirigiéndose a su amado Profeta: ‘No te hemos
enviado sino como misericordia para todo el mundo’.
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