En una ocasión, el cuarto califa del
Islam, el imam Alí – que Al·lâh esté complacido con él –, dijo estas sabias
palabras: “Ciertamente, nuestros hijos nacen para vivir su época, no la
nuestra”. Nosotros, como creyentes, somos herederos de un inmenso legado
espiritual, intelectual y humano. A pesar de ello, no podemos vivir ni revivir los tiempos de
nuestros antepasados, pues ello, en sí mismo, devendría un suicido anunciado y
una locura en toda regla.
Aquellos que nos precedieron,
vivieron su época con sus pros y sus contras; sus idas y vaivenes; sus grandezas
y sus bajezas; sus aciertos y sus errores,… y, en definitiva, sus vidas. Unos árboles
pueden dar frutos durante décadas. Sin embargo, esos frutos son únicos en sí
mismos. Nosotros debemos saber cómo tomar la savia de la herencia divina que
hemos recibido para ofrecer nuestros mejores frutos. Por lo tanto, debemos
vivir nuestra época siendo coherentes y consecuentes con la esencia del mensaje
del que somos portadores.
De todo cuanto nos acontece en
nuestra vida, tanto en las cosas positivas como en las negativas, debemos
aprender y extraer enseñanzas. De lo positivo, debemos tomar lo mejor de lo que
nuestros antepasados aportaron; y, de lo negativo, saber qué no debemos hacer
y, así, no tropezar dos veces – o más – con la misma piedra.
Nuestra época es singular, como lo
fueron las épocas anteriores. Y, hoy, nos vemos abocados a trabajar de
forma acuciante y de manera conjunta para materializar unos fines que todos
compartimos. Sólo con el diálogo y la buena intención – que es la mitad de todo
recorrido – tenemos la oportunidad para derribar de nuestra mente conceptos e
ideas erróneas que todos podemos tener sobre nuestro “otro” congénere.
No negamos que, en numerosas
ocasiones históricas – y nuestro presente es testigo irrefutable de ello –, las
religiones han sido utilizadas por seres despreciables como meros instrumentos
para materializar y conseguir sus propios intereses y satisfacer al máximo
posible sus deseos y pasiones, sin tener el más mínimo respeto por los
creyentes ni por sus respectivos cultos y creencias. Toda la historia
religiosa, política, económica y social de la humanidad, ha vivido hechos que
todos, como seres humanos, despreciamos recordar y deseamos olvidar; momentos
en que un grupo de personas movidas por el extremismo, la intolerancia, la
enemistad, el rencor, la venganza y otras causas, han utilizado lo más bendito
que han poseído algunas personas en la historia – incluso se podría decir lo
único que han poseído y a lo que se han aferrado con toda su vida –, para
practicar lo más bellaco y denigrante para la raza humana.
Hoy día, los propios componentes de
la sociedad, que no son otros que los seres humanos, independientemente de su
religión, su manera de entender la vida y de sus convicciones, reconocen un
hecho tangible y acuciante que acontece en nuestra sociedad actual: que nuestra
vida tanto a nivel individual como colectiva, está en decadencia y sufrimos las
consecuencias de una podredumbre humana. Poco importa si la llamamos religiosa,
espiritual o moral, pues, al fin y al cabo, quien puede llevar a la práctica cualquier
ideal o conjunto de valores es el ser humano. Y, éste, al alejarse de la
práctica de lo que únicamente posee y se diferencia del resto de los animales –
los valores –, ya sea por su pasión o por satisfacer los deseos de su ego, esas
guías no sirven absolutamente para nada.
Y en ese avatar de luchas internas
que experimentan miles de seres humanos en nuestra sociedad al contemplar el
derrotero que están tomando las cosas, aquellos que piensan a ciencia cierta
que existen soluciones para poder salir del pozo negro en el que se encuentran
sumergidos, comienzan una andadura en busca de una solución, una salida o,
simplemente, poder encontrar algo que satisfaga sus espíritus y alimentar el
hambre interior que siente en lo más adentro de su fuero interno.
Es en este punto donde las personas,
aun a pesar de las continuas campañas por parte de ciertas partes de la
sociedad por malsinar y difamar ciertas tendencias espirituales o mensajes divinos
revelados, “vuelven” o “retornan” a buscar en esas sendas soluciones para una
mejor calidad de vida.
En muchos ámbitos de nuestras vidas,
lo material ha devenido el parámetro que valora a las personas, cuando la base,
es que la persona o lo humano sea el parámetro que dé el valor justo a lo
material.
Se nos ha inculcado – de manera
directa o indirecta – que somos únicamente materia. Pero, paradójicamente, los apologistas
de la sinrazón, no se han percatado que la materia es el medio que Dios ha
dispuesto en nuestra existencia para manifestar y expresar algo que trasciende
lo meramente tangible. Esa esencia que sentimos en lo más profundo de nuestro
interior. Pues la materia no siente, transmite y es conductora de sentimientos.
Ahí podríamos hablar de placeres.
Hemos dado rienda suelta a nuestro ser para satisfacer nuestros placeres
sensibles, pero ¿cuánto hemos hecho para saciar nuestros placeres humanos y
espirituales? Eso es porque siempre hemos considerado lo placentero como
sinónimo del bienestar material. Por todo ello, debemos percatarnos que todo
debe ponderarse por la calidad humana y no por la cantidad.
Todos estos fenómenos negativos que
presenciamos hoy día, revelan nuestra negligencia e insensatez en muchas
dimensiones de nuestra esencia humana: la espiritual, la sentimental,… o,
simplemente y con pocas palabras, nuestra propia humanidad.
Visto el panorama, aquellos que sienten
un atisbo de luz en lo más profundo de su ser y que se sienten sabedores de que
la vida es algo más que el mero hecho de acumular objetos, tienen la energía y
el coraje suficientes como para emprender un camino al que podríamos denominar
de “retorno” o de vuelta a aquellos mismos principios y valores que un día
conoció y, que por diversas causas, abandonó o se le hizo abandonar o
despreciar.
Desgraciadamente, a pesar de ese
camino de retorno o de búsqueda de unos valores y un sentido fundamental de la vida,
encontramos a quienes se les pone obstáculos advirtiéndoles de las causas
negativas que el tomar dicho camino repercutiría en su vida futura.
Despertando, para ello, aquellos oscuros fantasmas y vomitando despreciables
falacias sobre el “verdadero” mensaje de religiones milenarias y practicadas
por millones de personas coherentes, sencillas, buenas y comprometidas por un
mundo mejor.
Dicha persona buscadora, debe ser
inteligente y saber mirar más allá de la envoltura con la que un mensaje y unos
valores morales le son presentados, pues lo importante no es el continente de
una cosa, sino el contenido. Y, por desgracia, nos hemos alejado – como
conjunto social – de ciertos valores morales o, incluso, despreciamos otros,
simplemente porque vienen en un “envoltorio” extraño o del que no se nos
permite tener en él ni la más mínima pizca de confianza moral y, que,
desgraciadamente, nos puede hacer abandonar aquello que puede otorgarnos la
felicidad y el sentido de ser de nuestras vidas.
La gente de bien compartimos unos
principios comunes y una manera de entender la vida y, consecuentemente, deberíamos
trabajar en pro de esos puntos consensuados. Pues, no son principios
cualesquiera, sino puntos fundamentales y vitales tanto para propios como para
ajenos a estos mensajes que predicamos y practicamos.
Por todo ello, hoy, se hace más
apremiante trabajar conjuntamente y aunar esfuerzos en pro de la existencia,
difusión y expansión de un mínimo de principios morales que sostengan ese eje
fundamental sobre el que gire una sociedad que quiera alardear de un carácter
humano profundo. Pues lo moral, por desgracia, ha devenido sinónimos de
coacción y limitación de la libertad, cuando realmente, es lo único que puede
dignificar la entidad y la identidad del ser humano y, en su esencia, le
distingue del resto de los demás animales.
En definitiva, debemos defender la
validez de nuestros valores morales; no para imponerlos, sino para ofrecerlos
como alternativa. Ese ofrecimiento nunca significará – o debería tomarse – como
una imposición de dogmas, sino una guía humana brindada por otros seres
humanos, conocedores del inmenso tesoro que sus pechos y corazones encierran.
Unas personas que, a fin de cuentas, no únicamente desean lo mejor para ellos
mismos y para los demás.
Salam SHEIJ MANSUR.
ResponderEliminarAcabo de leer su artículo "UNA RENOVADA ALTERNATIVA" y me ha gustado mucho.
Quisiera pedirle su permiso para publicarlo en el sitio web de la nuestra mezquita.
Al no encontrar un mail de contacto li escribo en este apartado de comentarios.
Gracias.
Abdelaziz
bousam@yahoo.es
Salam aleikum. No hay problema alguno. Pueden publicarlo, siempre que indiquen su autor. Un saludo. Salam.
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