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lunes, 27 de enero de 2014

UNAS PALABRAS PARA RECORDAR



He aquí una historia verídica que nos ha llegado. Unas palabras entre Hâtim Alasamm y su maestro llamado Shaqiq Albaljî (ambos del siglo tercero de la Hégira). Un día Shaqiq, el maestro, le dijo a Hâtim, su alumno: “Has estado a mi lado durante treinta años. ¿Qué has aprendido en este tiempo?”

Hâtim le respondió: He tomado del saber (que enseña el Islam) ocho cosas que me son de provecho y, éstas, me son suficientes, pues espero con la puesta en práctica de las mismas mi salvación en la otra vida.

Shaqiq su maestro le preguntó: ¡¿Y cuáles son esas ocho cosas?!

Hâtim le dijo:

La primera: me fijé en la gente y vi que todos amaban y deseaban a alguien o algo en concreto. Luego, algunos de dichos amados, acompañaban a sus seres queridos hasta la enfermedad que era causa de la muerte de su compañero y, su amado, le dejaba. Otros acompañaban a sus amados hasta el hoyo de la tumba y luego los dejaban solos, sin que ninguno de ellos entrara con él en su tumba. Por eso pensé: “el mejor amado que puede acompañar al ser humano, es aquel que le acompañe incluso hasta después de la muerte y le acompañe en la tumba”. Así, me puse a buscar, y no encontré otro amado mejor que se dieran en él dichas cualidades, más que las buenas obras. Por eso, tome las buenas obras o las buenas acciones como amante, para que así, mi amado no me deje solo en la tumba; y me iluminasen en lo más oscuro.


La segunda: vi a la gente como tomaba como guía y modelo a sus propias pasiones y como se apresuraban en satisfacer los deseos de sus egos. Entonces, medité en la palabra de Dios cuando dijo en el Corán: “Aquel que tema el encuentro de Su Señor y niegue al alma la pasión que desea, * su lugar de descanso será el Paraíso”. Y yo, con la certidumbre en la palabra de Dios, me apresuré en contradecir a mi ego y me esforcé todo lo que pude en luchar contra él y negarle todo lo que me pedía. Así, no le di la satisfacción de complacerlo con aquello que deseaba, para que así, aprendiera a vivir complacido con la voluntad de Dios.


La tercera: vi que todo el mundo se esforzaba al máximo en aglutinar todo lo que podía de los bienes y riquezas de este mundo y, luego, se aferraban a ella con todas sus fuerzas. Entonces medité en la palabra de Dios cuando dijo: “Aquello que tenéis se esfumará y aquello que está junto a Dios permanecerá”. Por eso, entregué todo aquello de valor que conseguí de este mundo y lo repartí entre los pobres, para así, más tarde, encontrarlo junto a Dios el día en que me encontrase con Él.


La cuarta: vi a cierta gente creer, que la nobleza y la gloria se encontraban en aumentar los miembros de su familia y, con ello, vivieron engañados; otros pensaban que la gloria y la nobleza se encontraban en aumentar sus bienes materiales y, con ello, se vanagloriaban; otros pensaban que la gloria y la nobleza se encontraban en tomar el dinero de la gente por la fuerza, en tratarles con injusticia, sometiéndolos y asesinándolos. Entonces, medité en la palabra de Dios cuando dijo: “El más noble de vosotros para Dios, es aquel que más es consciente de él”. Por ello, elegí para ser el más noble y glorioso entre la gente, el ser consciente de Dios y guardarme de él en todo momento, a sabiendas de que Él es la Verdad, y todo lo que la gente pensaba no era más que patrañas que no durarían más que sus propias vidas.


La quinta: vi a la gente como se insultaban y se burlaban unos de otros, y aprecié, que la causa de ello no era más que la envida que se tenían mutuamente unos de otros por el dinero, la posición social y el conocimiento. Entonces, medité en la palabra de Dios cuando dijo: “Nosotros hemos repartido entre ellos como han de vivir en este mundo”. Entonces supe, que la repartición de todo la había hecho Dios, por eso, no envidié nada a nadie y me complací con aquello que Al·lâh me había designado.       

La sexta: vi a la gente cómo, por una causa o por otra, se enemistaban unos entre otros. Entonces, medité en la palabra de Dios cuando dijo: “Verdaderamente, Satanás es vuestro enemigo, así pues, tomadlo como tal”. Así, supe, que el único enemigo que debe tener el ser humano en su vida es Satanás.


La séptima: vi que todo el mundo se esforzaba de forma desmesurada en buscar su sustento material en esta vida de tal forma, que a veces caían en cosas dudosas e incluso ilícitas para conseguir dicho sustento; cosas, que les hacían rebajarse como personas y que les hacían echar por los suelos su honor y su valía. Entonces, medité en la palabra de Dios cuando dijo: “No hay criatura en el mundo, a la que Al·lâh no se le haya designado su sustento”. Así, supe, que Dios se encargaría de sustentarme y que mi sustento estaba asegurado y, por ello, me entregué a servirle y a adorarle, pues esa era mi única y verdadera tarea.


La octava: vi que todo el mundo se apoyaba y se encomendaban en otras cosas creadas de este mundo: unos lo hacían en el dinero; otros en sus posesiones; otros en sus cosas fabricadas o en sus trabajos: otros en personas creadas como ellos lo eran. Entonces, medité en la palabra de Al·lâh cuando dijo: “Quien se encomienda en Dios, Dios le basta”. Entonces, me encomendé en Dios el Creador, Él es Quien me basta y es el mejor de quienes proveen.


Al acabar, Shaqiq – maestro de Hâtim – le dijo: “Que Al·lâh te guarde. Yo he leído la Torá, el Evangelio, los Salmos y el Sagrado Corán, y todos ellos giran en torno a estos ocho temas. Por ello, quien los aplica y los lleve a cabo, es como si practicara los cuatro libros revelados.

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