¿UN ISLAM COMERCIAL O UN ISLAM
ESENCIAL?
(parte I)
Al·lâh ha creado al ser
humano débil y, consecuentemente, dominado en muchas ocasiones por el designio
de sus instintos; por ello, al ser humano le resulta muy dificultoso escapar de
las redes de su pasión.
Al·lâh le ha creado y
dispuesto en este mundo para que le sirva. Sin embargo, como Al·lâh sabía que
el hecho de encargar a sus criaturas la tarea de servirle iba resultarles algo
fatigoso y costoso, estableció una serie de recompensas en la puesta en práctica
de su din; así, la persona tendría siempre un estímulo para trabajar y obrar, a
pesar de saber y conocer que él, como criatura de Al·lâh, ha sido creado para
servir a su Señor sin pretender recibir ninguna retribución a cambio. Así nos
lo informó el profeta Mujámmad – la paz sea con él – cuando dijo: “El derecho
de Al·lâh sobre sus criaturas, es que le sirvan y no le asocien nada”. (Transmitido
por Albujârî, Muslim y otros eruditos del jadiz).
En base a esto, encontramos una gran
cantidad de textos que nos hablan de las recompensas
que todo musulmán puede obtener cuando realiza una o tal obra.
Muchísimos han sido los
discursos y los sermones de imames que han estado basados en este principio: el
de actuar y hacer el bien en busca de la recompensa que Al·lâh ha prometido a
sus siervos. La recompensa es conocida en el Islam como (aÿr). Estos
imames y ulemas sabían que, debido a la débil condición del ser humano, éste
sólo puede ser estimulado – en muchos momentos de su vida – a base de ese intercambio
“mercantil”.
Sin embargo, pocos imames
– sobre todo aquellos que han recibido una formación y una educación espiritual
correcta y profunda – han sido quienes se han percatado que tales discursos han
creado en el subconsciente de muchos musulmanes una actitud “materialista” o “mercantilista”
para con Al·lâh a la hora de practicar el din del Islam y, consecuentemente, el
verdadero sentido del concepto de servidumbre (‘ubûdiyah) ha sido
corrompido.
Esta actitud, espiritualmente
hablando, es mediocre y lastimosa; una actitud que, en la mayoría de las
ocasiones, viene movida por un interés “calculador” que únicamente actúa
buscando esos “bienes” gananciales ultraterrenos.
Estos discursos han
causado estragos en lo más profundo del ser musulmán e, igualmente, han
generado una evidente y palpable carencia en la dimensión espiritual;
dimensión, además y sin lugar a dudas, fundamental en nuestro din del Islam. Estos
discursos de los que hablamos han alejado al musulmán de la esencia y la
sapiencia que encierra cada una de las acciones que éste practica de su din.
Los musulmanes, por desgracia, sufrimos un desconocimiento profundo y una
ignorancia remarcable sobre los fines últimos que existen en cada una de las
enseñanzas y los preceptos que han sido legislados por Al·lâh en el din.
Meditemos en lo
siguiente. ¿Cuántos musulmanes, cuando son preguntados por la causa por la que realizan
una acción que suelan repetir con frecuencia o llevar a cabo muy a menudo, suelen
contestar: “es que en esa acción hay mucha recompensa (aÿr)” o “es que
Al·lâh nos va a recompensar mucho si hacemos esto”.
Pocos son los musulmanes
que, a esta pregunta, ofrecen una respuesta basada en un conocimiento correcto
y profundo basado en las enseñanzas del din del Islam; la mayoría se limita,
únicamente, a responder aquello que se les ha transmitido y enseñado desde
muchos púlpitos: la recompensa prometida.
Si ese es nuestro único
incentivo para fundamentar nuestra praxis islámica – incentivo que, por otro
lado, no podemos ni debemos negar –, nos hundiremos, poco a poco, en un hondo vacío
y seguiremos estancados en una posición formalista totalmente ajena a la
esencia de lo que el Islam transmite y enseña.
Limitarse a depositar nuestra esperanza en una
mera recompensa – aunque proceda de nuestro propio creador –, genera en nuestro
subconsciente una actitud “materialista” y vacía de toda sapiencia (hikmah)
que Al·lâh ha dispuesto en cada uno de aquellos actos que debemos practicar
como muslimes.
Démonos cuenta que, con
esta actitud que nos espolea, por ejemplo, a hacer muchas oraciones
voluntarias, no viene generada en la mayoría de las ocasiones por un amor
profundo a nuestro Señor, Al·lâh, sino por el hecho de obtener aquella
recompensa prometida para quien realice un número determinado de oraciones
voluntarias durante el día o la noche.
Medita un momento en
las palabras del imam Ibnu Alqayyîm – que Al·lâh le colme de misericordia
cuando dijo: “La estación de la (wilâyah) no se obtiene con mucha oración
(salâh), mucho ayuno, o mucho ejercicio (riyâđah) espiritual, sino que
se obtiene en el momento en que el siervo ama aquello que Al·lâh ama y detesta
aquello que Al·lâh detesta” (alÿawâb alkâfî).
En principio, ello no
es algo malo, todo lo contrario. El quid de la cuestión radica en que
únicamente nos quedemos estancados ahí, en lo “material”. Si no somos capaces
de abandonar por un momento ese ansia “mercantilista” y meditar y reflexionar
en la sapiencia y la esencia de los actos que estamos realizando y a los que el
Islam nos incita a descubrir a través de la práctica – ya sea a través de
nuestra propia experiencia espiritual o a través de las enseñanzas de un
verdadero maestro o educador espiritual – no podemos pensar ni creer, a ciencia
cierta, que Al·lâh nos vaya a bendecir con su amor y su complacencia por muchas
oraciones que hagamos que estén vacías de amor y sin ser conscientes de lo que
significa el verdadero concepto de la servidumbre que a nuestro Señor debemos.
Lo que Al·lâh nos otorgará – pues así lo ha prometido – es aquella moneda que
buscamos, pues, tal y como dijo el profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones
sean con él – “Ciertamente, las obras, dependen por sus intenciones, y cada
persona recibirá en base a ellas”. (Transmitido por Albujârî y otros eruditos
del jadiz).
Quisiera poner un
ejemplo sencillo para que el tema que estoy poniendo sobre el tapete sea
comprendido.
Existen muchos textos –
tanto del Corán como de la sunna de nuestro amado profeta Mujámmad, la paz sea
con él – donde se nos promete cierta recompensa a quien da de comer al
hambriento.
Nada, absolutamente
nada, nos impide que obremos con la intención de obtener esa recompensa divina.
Sin embargo, si nos preguntan por qué alimentamos al hambriento y, únicamente,
respondemos que lo hacemos porque Al·lâh nos ha prometido una recompensa, olvidándonos
del principio, la enseñanza y la sapiencia que encierra ese acto – que no es
otro que el hecho de generar en nosotros la empatía y la misericordia para con
los necesitados –, entonces, que Al·lâh nos asista y se apiade de nosotros.
(Continuará…)