Hace ya tiempo que venía rondando por
mi cabeza la idea de la redacción de un trabajo sobre la presencia y la ausencia
de la ética y la moral en nuestra sociedad, acompañado de un análisis – que no un
examen – sobre el valor otorgado a estos principios por parte de los
individuos.
No hace falta profundizar
analíticamente mucho para darse cuenta de la gran cantidad de incoherencias e
incongruencias que se manifiestan a diestro y siniestro en la sociedad respecto
a la valoración ética y moral de muchos aconteceres públicos, a diferentes
niveles y estamentos de nuestra sociedad.
Primero, ética y moral no son lo
mismo, aunque ambos términos son concomitantes. La ética es el estudio y el análisis
filosófico sobre la moral, la virtud, el deber y la felicidad – entre otras
cosas. Y, la moral, consiste en la emisión de juicios de valor basados en unos
principios y valores éticos; y, más concretamente, en juicios que se traducen
en una serie de reglas y normas para regir el comportamiento y la conducta del
ser humano con el resto de sus congéneres.
El término ‘libertad’ circula en boca
de muchas personas, pero, desgraciadamente, muy poca gente conoce el verdadero
significado de este término y suele, en la mayoría de las ocasiones,
confundirlo con otras cosas. Igualmente, se suele escuchar con bastante frecuencia,
cómo se apela al término ‘libertad’ en algunas situaciones, cuando, en
realidad, se trata de una demanda que surge más como un sentimiento individual de
la persona por reivindicar su derecho legal de expresarse y actuar conforme a
sus ideas, que en base a un conocimiento real y verdadero del significado de
este término.
La ‘libertad’, como hecho ético, ostenta
un significado filosófico concreto y, además, no tiene una única definición ni
es algo consensuado por todos los pensadores y filósofos de la historia.
Es cierto que vivimos en una sociedad
de libertades, pero, igualmente, en una sociedad de obligaciones y
responsabilidades. Todos tenemos derecho a disfrutar de una serie de libertades
que, entre otras cosas, nos garantizan las necesidades más básicas que todo ser
humano precisa para realizarse tanto material como humanísticamente.
Disfrutamos del derecho a la vida, del derecho a una protección, del derecho a
una sanidad, del derecho a una educación y, sobre todo, disfrutamos del derecho
a la libertad de ideología, pensamiento y creencia.
Pero debemos saber, que si hablamos
desde una perspectiva ética – que es la que sostiene el significado más amplio
y profundo del concepto ‘libertad’ –, ser ‘libre’ no consiste en vivir en una
sociedad que te permite garantiza el derecho a elegir unas ideas y a
expresarlas, sino en la acción filosófica y racional que toda persona debe
plantearse para ejercer un comportamiento moral propio, derivado de sus propios
juicios y valoraciones éticas. Lo primero sería el medio y, lo segundo, el fin.
Debemos saber, que aunque una persona
sea libre en su comportamiento y en su obrar, ello no implica que sus palabras
y sus acciones se ajusten a un posicionamiento ético previo. De ahí que podamos
encontrar que el comportamiento de una persona pueda tener más peso ético al
adoptar una actitud amoral, que aquella que obra movida únicamente por lo que
su deseo le dicta.